Este Oliverio sudamericano y humorista no se parece al hamletiano y melancólico Oliverio amigo de Juan Cristóbal. No es probable que, como el agonista de la noche de Romain Rolland, le toque morir en un primero de mayo luctuoso.
Girondo es un poeta de recia figura gaucha. La urbe occidental ha afinado sus cinco o más sentidos; pero no los ha aflojado o corrompido. Después de emborracharse con todos los opios de Occidente, Girondo no ha variado en su sustancia. Europa le ha inoculado los bacilos de su escepticismo y de su relativismo. Pero Girondo ha vuelto intacto e indemne a la pampa.
Esta gaya barbarie, que la civilización occidental no ha logrado domesticar, diferencia su arte del que, en ánforas disparatadas, símiles a las suyas, se envasa y se consume en las urbes de Occidente. En la poesía de Girondo el bordado es europeo, es urbano, es cosmopolita. Pero la trama es gaucha.
La literatura europea de vanguardia -aunque esto disguste a Guillermo de Torre- representa la flora ambigua de un mundo en decadencia. No la llamaremos literatura "fin de siglo" para no coincidir con Eugenio d'Ors. Mas sí la llamaremos literatura "fin de época". En las escuelas ultramodernas se descompone, se anarquiza y se disuelve el arte viejo en exasperadas búsquedas y trágico-cómicas acrobacias. No son todavía un orto; son más bien, un tramonto. Los celajes crepusculares de esta hora preanuncian sin duda algunos matices de arte nuevo, pero no su espíritu. El humor de la literatura contemporánea es mórbido. Girondo lo sabe y lo siente. Yo suscribo sin vacilar su juicio sobre Proust.«Las frases, las ideas de Proust, se desarrollan y se enroscan, como anguilas que nadan en piscinas de acuarios; a veces deformadas por un efecto de refracción, otras anudadas en acoplamientos viscosos, siempre envueltas en esa atmósfera que tan sólo se encuentra en los acuarios y en las obras de Proust».
El oficio de las escuelas de vanguardias -de estas escuelas que nacen como los hongos- es un oficio negativo y disolvente. Tienen la función de disociar y de destruir todas las ideas y todos los sentimientos del arte burgués. En vez de buscar a Dios, buscan el átomo. No nos conducen a la unidad; nos extravían por mil rutas diversas, desesperadamente individuales, en el dédalo finito y befardo. Sus ácidos corroen los mitos ancianos. Esto es lo que la función de las escuelas ultramodernas tiene de revolucionario. El frenesí con que se burlan de todas las solemnes alegorías retóricas. Ninguna cosa del mundo burgués les parece respetable. Detractan y disgregan con sutiles burlas la eternidad burguesa y el absoluto burgués. Limpian la superficie del Novecientos de todas las heces, clásicas o románticas, de los siglos muertos. Cuando se haya llevado Judas todos los ripios y todas las metáforas de la literatura burguesa, el arte y el mundo recuperarán su inocencia.
Han empezado ya a recuperarla en Rusia. El poeta de la revolución, Vladimiro Maiacovski, vástago del futurismo, habla a los hombres un lenguaje trágico. Guillermo de Torre se da cuenta en su apología de las literaturas europeas de vanguardia de que "voces de un acento puro, noble y dramático sobresalen entre el coro de voces algo irónico y humorístico que forman los demás poetas de Europa".
¿Pertenece la voz de Oliverio Girondo a este coro? No sé por qué me obstino en la convicción de que Girondo es de otro paño. Pienso que la burla no es sino una estación de su itinerario, un episodio de su romance. Por ahora, hace bien en no tomar en serio las cosas.
Sus Veinte poemas para ser leídos en el tranvía y sus Calcomanías pueden ser desdeñados por una crítica asmática y pedante. A pesar de esta crítica, Girondo es uno de los valores más interesantes de la poesía de Hispanoamérica. Entre un aria sentimental del viejo parnaso y una "greguería" acérrima y estridente, Oliverio Girondo nos ofrece al menos versiones verídicas de la realidad. He aquí una escena de la procesión de Sevilla: «Los caballos -la boca enjabonada cual si se fuera a afeitar- tiene las ancas lustrosas, que las mujeres aprovechan para arreglarse la mantilla y averiguar, sin darse vuelta, quién unta una mirada en sus caderas».
Para algunos esta poesía tiene el grave defecto de no ser poesía, pero ésta no es sino una cuestión de paladar. La poesía, materia preciosa, no está presente en el cuarzo poético sino en muy mínimas proporciones. Lo que ha mudado no es la poesía sino la cristalización. El elemento poético se mezcla, en la obra de los poetas contemporáneos, a ingredientes nuevos. Uno de esos ingredientes es, por ejemplo, el humorismo. Los que están habituados a degustar la poesía sólo en las clásicas salsas retóricas, no pueden digerirla en los poemas de Girondo. Y tienen que asombrarse de que la crítica moderna clasifique a Girondo como un hondo y genuino poeta. Remitamos a los hesitantes, a los "nocturnos" de Girondo, donde encontrarán emociones poéticas como las siguientes: «Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las mentiras, y en que las cañerías tienen gritos estrangulados, como si se asfixiaran dentro de las paredes» .
«A veces se piensa, al dar vuelta a la llave de la electricidad, en el espanto que sentirán las sombras, y quisiéramos avisarles para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones. Y a veces las cruces de los postes telefónicos, sobre las azoteas, tienen algo de siniestro y uno quisiera rozarse a las paredes, como un gato o como un ladrón».
Por mi parte, cambio de buen grado estas síntesis, estos comprimidos -que en mis ratos de excursión por las nuevas pistas de la literatura, me complazco en chupar como bombones- por toda la barroca y tropical épica y toda la mediocre y delincuescente lírica que prosperan todavía en nuestra América.
(*) Publicado en Variedades (Lima, 15/08/1925). |