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Prólogo a la
Exposición Internacional
del Surrealismo (*)

CÉSAR MORO

El siglo XIX estalla en una granada fantástica, se abre en un sostenido fuego de artificio, el árbol de la sangre al desnudo, en un cráter manando maravillas hacia 1910, fecha histórica, en la que Pablo Picasso, el incomparable inicia su búsqueda designada con el impropio nombre de cubismo . El milagro comenzado entonces, no termina ni con el duro interregno, con el voraz espacio de tinieblas de la Gran Guerra.

1911 ve la aparición sensacional de Giorgio de Chirico, y las cortinas se descorren ante la presencia turbadora de Marcel Duchamp, el autor de "Cementerio de libreas y uniformes", y, así, de año en año, las solfataras se multiplican, nacen: el collage , Francis Picabia, el movimiento Dadá y, más tarde, la soberbia concretización del inmenso deseo, de la nostalgia irreversible, del apetito insaciable, de la voluntad de dominio y de conquista del hombre en el terreno movedizo de los espíritus mejor ejercitados en la función de pensar que los primeros y, de lo alto de sus almenas, la noche lee, los ojos desorbitados más altos que la cabeza, el camino espeso de la sangre escribiendo la palabra mágica del nuevo siglo: Surrealismo .

En plena guerra por segunda vez, los espíritus timoratos, los eternos engañados que siempre se dejan uncir a todos los carros, no dejarán de relinchar, en su calidad de caballos, sobre la oportunidad de una exposición surrealista. Inútil discutir tal punto. Sin embargo, el fantasma demasiado cercano y actual de la guerra, puede oscurecer momentáneamente la nitidez de la capacidad de captación, aún en espíritus mejor ejercitados en la función de pensar que los primeros, sise dejan llevar por la evidente y fácil inclinación humana, adquirida más bien que congénita, de no ver sino lo que se tiene delante de los ojos y en un orden estrictamente cronológico: así, el hecho más importante puede ser la última cena o la próxima cita de negocios.

Pero no en vano un inmenso panorama de alucinaciones concretas y tangibles, de iluminaciones , ininterrumpido en su devenir y en el que brillan con fulgor de planetas incendiados, Lautréamont y Sade, como astros mayores o de luz más pura, no ha sufrido solución de continuidad sensible para llegar hasta nosotros gracias al esfuerzo conjugado de hombres que, como André Breton, Paul Eluard, Benjamin Péret, Max Ernst, y algunos más cuyos nombres todos conocemos, han dado, quién más, quién menos, lo mejor de su dedicación a la vasta y magnífica empresa de transformación, de recreación del mundo. Esto, pese a las traiciones del tipo de la escandalosa y asquerosamente significativa de Louis Aragon, por ejemplo, que pasó durante quince años por uno de los animadores del movimiento surrealista, para caer, en 1932, en la más baja categoría moral de provocador al servicio del oscurantismo y de la confusión necesarias para arrojar a las masas dóciles en una nueva carnicería en la que, según la filosofía, bien remunerada desde luego, de este señor, los imperialismos se destruyen.

Por primera vez en México, desde siglos, asistimos a la combustión del cielo, mil signos se confunden y se distinguen en la conjunción de constelaciones que reanudan la brillante noche precolombina. La noche purísima del Nuevo Continente en que grandiosas fuerzas de sueño entrechocaban las formidables mandíbulas de la civilización en México y de la civilización en el Perú. Países que guardan, a pesar de la invasión de los bárbaros españoles y de las secuelas que aún persisten, millares de puntos luminosos que deben sumarse bien pronto a la línea de fuego del surrealismo internacional.

La pintura surrealista es la aventura concreta por excelencia. Es el salto que aplasta las cabezas babosas y amorfas de la canalla intelectual. Del paso de la aventura surrealista quedan, entre millares de flores más grandes que lebreles y más pequeñas que el cielo, lancetas pueriles de quienes se pretendieron alacranes y sólo eran laboriosas hormigas. Una multitud de mariposas nocturnas cubre literalmente cada centímetro de pintura surrealista, los presagios y las maldiciones suculentas pululan; el cielo inerme confiesa, al fin, su empleo de tela de fondo al tedio, a la desesperación del hombre. La mirada del hombre partida lejos, delante de sí, emprende ahora la marcha del cangrejo para interrogar la esfinge que lo mata, y poblar de ojos la oscuridad tentacular que lo envuelve de la cuna al sepulcro. A esta sola condición surge la poesía donde termina el mercado.

Naturalmente, todavía quedan espectadores para largo metraje de telas anecdóticas, decorativas o simplemente sucias. El espectador de la pintura surrealista puede encontrarse bruscamente ante sí mismo y esto es lo que muchos no perdonan. La libertad de pintar como Picasso, para los que alegremente sostienen que es muy fácil pintar así, queda inaugurada. ¿Y por qué no? El hombre es interminable y puede darnos las más grandes sorpresas. El surrealismo muestra sus armas terribles: la palabra, una tela, colores, humo, cola. Lo que durante siglos cretinizó al hombre, está ahora en manos del hombre y no en las manos de fantasmas académicos.

¡Qué tremenda lección para la pintura cuyo conformismo y comodidad le han hecho escoger, una vez por todas, el camino fácil que conduce a la recompensa oficial o al muladar!

Sería empresa ardua a la par que inútil presentar cada uno de los pintores que integran esta exposición. Cada uno tiene su mensaje: totalmente legible. Dejaron la sangre preciosa del "arte" para lanzarse a la conquista de la poesía, en la que el hombre ha de encontrar su clima ideal. El clima implacable del acto gratuito, del amor-pasión, del suicidio lento, violento, individual o colectivo y, como recompensa inmediata, la absoluta inconformidad, la desesperación tenaz como la monotonía.

Pero, habrá una vez ; el muro que nos impide ver el mar total, la noche total, caerá; las puertas del sueño abiertas a todo batiente dejarán libre el paso, apenas perceptible, de la vigía al sueño; el amor dejará para siempre sus muletas y las heridas que cubren su cuerpo adorable serán como soles y estrellas y todo género de planetas en su constelación de devenir eterno. Olvidando el lenguaje, se cumplirá la profecía del Cisne de Montevideo: "LA POESÍA DEBE SER HECHA POR TODOS, NO POR UNO".

México, noviembre de 1939.

 
(*) Prólogo a la "Exposición Internacional del Surrealismo" (Galería de Arte Mexicano, México, 1940), organizada por César Moro y Wolfgang Paalen.