La poesía es esa extraña conciencia de mundo, donde las formas de vuelo se hacen cartografías hechizadas de imágenes de fuego. En el caso del surrealismo, la imantación tiende a diluir a los sujetos, hacer desaparecer la insoportable intolerancia de un creador como demiurgo individual. La creación poética es un bien común, como lo afirma el prólogo del libro Un Nuevo Continente, Antología del Surrealismo en la Poesía de Nuestra América. Hace su aparición el surrealismo sin un yo testigo que ejecute el pulso de todo un continente. Carga onírica de muchas razas y culturas, paisajes abrumadores hasta convertirse en cadáveres salpicados de luz entre las selvas. Catedrales de un barroquismo bestial al lado de los serpentarios de la usura, migas de pan sobre una mesa de arena, donde el cactus se convierte en un conversador espiritual y los licores dejan perfumada la memoria del desierto y antiguos tapiales se derrumban sobre una historia despiadada con sus crímenes y sus bajas glorias.
Un Nuevo Continente , nos habla de la libertad y el amor, de esas voces que se expresan desde su tiempo y su territorialidad con profunda provocación, sin concesiones con lo rutinario, “perpetuando el desorden, la transgresión, al mismo tiempo erótica y misteriosa (voluptuosa) no religiosa” (Sergio Lima) de la palabra hecha poesía. Obra lograda por seres valientes y generosos, de distintas épocas y lugares de esta América torrencial, donde deseo y locura, invitan a liberar el espíritu de toda servidumbre intelectual, Enrique Gómez Correa lo advierte, es una tarea mayor, un compromiso inquebrantable contra todo tipo de intolerancia y ortodoxia: “Será preciso tener la valentía y la generosidad del corazón y del cerebro para sobrevivir a este vendaval que habrá de arrastrarnos a la Edad de Oro del pensamiento”, la fusión, la madeja, los meandros entre la poesía, el amor y la libertad. En muchos el yo negro aparece como un estallido donde sólo queda esa experiencia mágica de sus ancestros, humo y tambor, rebelión permanente contra todo tipo de oprobios, sólo el abismal estado del viaje onírico, la risa como cuchillada a la rutina, el azar como fiesta y el automatismo como reencuentro con el pozo común de la humanidad de todos los colores.
De la Patagonia donde se decía que existían seres de un pie y un ojo en el cuello, pasando por un mar de plata y una pampa sangrante, entre el viñedo chileno y las míticas ciudades de los andes bolivianos, en el centro del sol Inca del Perú, o en la línea divisoria del planeta, como muestra casi surrealista de partir la tierra como una manzana expuesta, el Ecuador besando los pies de las cordilleras, Colombia y Venezuela, imaginadas patrias de nadie y con todos entre el tormento y la seducción enloquecida de la belleza. Martinica, Costa Rica, Cuba, Panamá, Nicaragua, México, Estados Unidos, Canadá, Haití, República Dominicana, entre otros lugares y paisajes, constatan que existe un Nuevo Continente donde el surrealismo se festeja y se renueva, más allá del texto mismo es la celebración de una forma de vivir de convivir la tierra.
Los credos que fragmentan el cuerpo en derechos e izquierdos, entre pensamientos de academia y placeres de fogón, desaparecen con las líneas de estos poetas, que más que sumatoria de personas es un respiro común que nos devuelve el veneno necesario para no dejar dormir la vida en las higiénicas posturas del conformismo.
No andamos por Paris con el gabán negro cubierto de cristales, ni sabemos donde quedó el sombrero y la máquina de escribir de Lautréamont, el pez soluble nos habla en los bares de Ayacucho y la magia cotidiana se presenta en un ferrocarril sin estaciones, donde sólo se pasea la sombra de un indígena interrogando su alma con la coca. Esa bella influencia se vino con todos sus mentores con viajeros americanos en Europa, con visitantes Europeos en América, con la danza posibles de los textos y las pinturas, con el cine y la música, un surrealismo vivo que redescubrió la América. Con nuevos ojos, con la capacidad feroz y certera de criticar conservadurismos, con la palabra esclarecedora como un diamante, que se lanza al rostro del impávido, esta poesía se hace en ese continente para llenarse de contrastes, accidentes nerviosos del alma, crepitación y estremecimiento de todos los sentidos, sueño que camina con el machete y la corbata, con la belleza de garotas y la lucidez de un viejo Maya. No se trata de condicionamientos geográficos en el sentido de la vieja antropología de hacer aparecer las “razas” como un problema de climas y de paisajes. Aquí se trata de una poesía que se vive, la risa, la canción y el llanto, son viento, agua y piedra, colosales formas que rayan la imaginación y nos dejan perplejos como solo puede dejarnos la seducción del amor y el escalofrío de un poema.
La presente muestra de poesía surrealista de América no da enteramente cuenta de esa asombrosa nueva realidad, pero queremos poner ante los ojos del lector de nubes, esta selección extraída del libro antológico del surrealismo, logrando con el esfuerzo de muchos poetas de todo el continente y la aguda visión de Floriano Martins del Brasil.
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