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Oscar Portela
LOS PREMIOS: LA EXCLUSION Y EL PODER DE LOS INCLUIDOS
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"Ocurre que, para los amos de la cultura, escribir es siempre escribir bién, aunque sea en el mal, armonizar con el mundo de los valores" (Hay un momento en que el escritor, si es de gran renombre, no puede ya casi nada contra ello, se convierte en una institución, y el regimen lo anexiona sin tener en cuenta su oposición misma, seguro de que su gloria le servirá, más de lo que podría dañarle su poderosa hostilidad)...

Un escritor no puede aceptar distinción alguna, no puede ser distinguido; y acoger esa elección, hubiera sido aceptar no solo una cierta forma de cultura y un conformismo social, sino más: cierta concepción de la libertad: en consecuencia, hacer una elección política; castigarle: es decir, recompensarle, haciendole admitir la idea de una elite con la cual se pierde la verdad de la escritura, que tiende a un anonimato esencial". Maurice Blanchot y su referencia a Sartre en "La Risa de los Dioses".

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OTRAS CUESTIONES

Sin embargo, existen poderosas motivos para que un escritor encuentre tanquilizadores razones, que justifiquen la aceptación de un premio. De lo contrario nosotros mismos iríamos en su ayuda. En circunstancias de tanta precariedad nos tranquiliza que obras refractarias y revulsivas, pasen a engrosar el catalogo de los vienes de la cultura, tempranamente inventariados. Al fin y al cabo los administradores culturales y los catalogos de mercado, se veran beneficiados siempre, con estas apropiaciones y reducciones y ésto constituye un signo de progreso. Un signo de los tiempos. El mal puede trivializarce, o la trivialidad es el mal mismo. Aunque los males parescan duran ahora menos tiempo. Los antidotos són descubiertos más facilmente y las grandes obras contestatarias, duran lo que convienen al "mal" que combaten. De las heridas infligidas por las pasadas inquisiciones, nos restañamos con los paraisos artificiales de los humanismos del presente. La ética se ofrece sin embargo, aún, como el más solido refugio contra los imperativos del más fuerte.

Cuando se siente la necesidad de "restituir" a la poesía, los laureles que ostentara en el pasado, Neruda "debe "aceptar el Nobel, porque así - incluso -, se lo exige el regimen político al que consagró su vida y entonces peligra. Camus, consiente de que ninguna "moral " pueda ya obligar ni sancionar, acepta el Nobel en ofrenda a los "humillados y ofendidos del mundo", contra los jueces vicarios del poder, poniendo su vida - y su escritura -, al servicio "no de los que hacen la historia, sino de los que la sufren". Gide, el iconoclasta, el heterodoxo de todas las dogmáticas, acepta el Nobel para dedicarselo - paradójicamente -, a los espiritus libres, que ayudaran a desterrar de éste mundo, los últimos vestigios de la caduca y farisea moral "cristiana" de Occidente, hoy en plena vigencia.

Existe un punto en que las obras deben tranquilizarnos, cedernos el poder de hablar - libremente -, dentro del marco del habla comunitaria, apuntando siempre más allá. Sobre todo en el mundo de la imagen y la pura velocidad de lo virtual, donde todo se recicla y metamorfosea. En entonces cuando el arte verdadero que es siempre la simplicidad de un origen,está listo para alimentar las bolsas de residuos de la cultura: el inmenso osario de lo que nunca fué creído. Como podríamos, como sabríamos vivir en un mundo donde las almas nobles de que dan testimonios de verdaderas obras, se apartan de los codigos de la comunicación, para mirar impavidos el horroroso carnaval de la historia, sin conmoverse apenas ante nuestras desgracias? Un artista retraído, silenciado por dosolvidos no manifestados, sería para nosotros, imposible. Exigiríamos de él aunque más no fuese su odio, su desprecio a quienes hacemos y al mismo tiempo padecemos la historia. Ante todo queremos ser visibles, y el gran arte es el último recurso del cual disponemos para no "desaparecer", allí donde la historia se ha realizado y también positivamente el hombre y Dios.

Una obra sin centro, una obra que hable el habla del desastre, sin credos, sin dogmas estéticos o religiosos, perdería fuerzas, adversarios y acabaría en el dialogo de los espectros. En verdad estamos rodeados de espectros. El Estado moderno a hecho de este viejo acerto, un complicado y sutil juego, en el cual la escritura deve tornar visible imagenes . La cultura, por subordinada a imagenes e iconografías de nuevas útopías. De ahí que no se trate ya de esclavizar a un escritor - un escritor adicto no es ya un aliado útil, más que cuando es utilizado, permaneciendo como adversario, sino utilizar su libertad, "hacer calladamente complice al poder de infinita contestación que es la literatura" (Blanchot).

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BREBAJES QUE MATAN

Pues a pesar de la sofistica, toda moral se ejerce solo a base de "autoridad" y a veces alcanza como consuelo frente a las pistolas de los Goebels de la cultura. Así, de éste modo, nos tranquiliza un "premio" cuando viene a decirnos que no estamos solos. Que los miedos, los padecimientos, los exilios, las humillaciones, hallaran finalmente el confortador refugio de los nombres, en las cuales una firma, un Nombre, hará visible nuestra anonimia, dentro de los maravillosos avances del "humanismo moderno". En ello sigue confiando Blanchot cuando escribe: "La cultura, no es poca cosa. La cultura, por el contrario, lo és todo. Y si la poesía no está en juego más que allí, donde se designa, en el limite de todo limite, un poder de excluir y excluirse, la cultura, que es el trabajo de inclusión, le es necesaria en la misma medida en que le es fatal ".

Curandonos con los brevajes que nos matan, aparece como necesario el regocijo, cuando estos actos a los que Blanchot denomina de inclusión - y nosotros de propiación, de dominio, anexión -, contribuyen a asegurar un arden perdido. El viejo poder contestatario de la literatura (aún él del libelo o el del panfleto). Viviendo en ésta sona ambigua, entre lo licito y lo ilicito, lo designable por el poder de inclusión de los modelos culturales del mercado, y el poder de silenciarse o borrarce a si misma, la "poesía" y la vidriera, la inclusión y la exclusión no nos aparecen ya, después de haber escrito ésta nota, como terminos antagónicos, sino como falsos operadores que tienden a neutralizar el viejo y engañoso poder de la escritura. Tal vez quede abierta la cuestión de continuar pensando contra las falsas opciones del humanismo - en terminos de un rigor en el cual no quepa la compasión humanitaria, ni los viejos idolos y ritos de los humanismos clásicos -. Ambitos de una deconstrucción arrasadora, pero también de una construcción sin limites otorgado al poder de una palabra, hoy exluida del poder de verdad de los grandes cuestionamientos, silenciados por la propaganda, y las grandes anexiones de los regímenes comunitarios de la comunicación y el intercambio de los falsos "valores".

Conocemos la "voluntad de exclución" de los verdaderos creadores, pero ésto no basta. Nosotros les exigiríamos a pesar nuestro, voluntad de sumisión e inclución, aunque liberasemos de ello a quienes como Artaud, Bataille u otro más, fuesen inadmisibles para el lenguaje profano. Pero recordemos aquí las proféticas frases de Klossowsky: "Hoy un poéta sabe de antemano que si se le ocurre volverse loco, su consagración será cierta. Lo sabe de antemano (aún unos millares de años más en la vía del signo, y en todo cuanto haga el hombre, la suprema inteligencia será manifiesta: pero precisamente de éste modo la inteligencia habrá perdido toda su dignidad". La palabra dignidad tiene todavía para nosotros resonancias clásicas, que hablan en el lugar vacante de Dios, del hombre y el superhombre - lugar de espera y de silencio -, y solo queda ya, frente al triufo del espiritu absoluto, en la estructura monolítica de una globalización, que habla del dominio (el cálculo), del ente en dimension planetaria -, lo oscuro y fragmentario del Caos, la repetición sin engendramiento de los simulacros, elevados hoy a realidades virtuales.

El principio sin prinipio de una nueva edad media. La literatura autentica no habla pués - no dice -, ni desde la exclución de una huella que se borra a si misma, ni desde las pantallas de visores que todo lo computan y hacen visible. Tal vez deberíamos repetir por el momento a Blanchot: "Cuando más se afirma el mundo como porvenir y la plena luz de la verdad en que todo se realizará bajo el dominio del hombre y para su uso, más parece que el arte debe descender hacia ese punto en que todavía nada tiene sentido, más importa que mantenga el movimiento, la inseguridad y la desgracia de lo que escapa a toda captación y a todo fin" ( Blanchot: "El espacio literario")