REVISTA TRIPLOV
de Artes, Religiões e Ciências


NS | número 65 | junho-julho | 2017

 
 

Roberto Amézquita (Ciudad de México, 1985). Poeta, ensayista y traductor. Es editor asociado de Círculo de Poesía | Revista Electrónica de Literatura. Autor del poemario Yámbicos de escarnio y maldecir, publicado en Argentina por el Suri Porfiado y Círculo de Poesía en 2016. Su libro Notas de cata (2010) fue merecedor del «Premio Nacional de Poesía Luis Pavía 2010». Traducciones suyas aparecen en la antología: Sólo una vez aquí en la tierra. 52 poetas del mundo (Valparaíso México, 2014) y en Una soledad de cien años. Poesía china 1916-2016 (Valparaíso México, 2016). Fue becario Interfaz, en el Encuentro de Literatura «Los Signos en Rotación» del Festival Interfaz-Issste, Acapulco 2014. Es Caballero de la Orden de la Estrella Roja de Bremen.


ROBERTO AMÉZQUITA

De Yámbicos de escarnio y maldecir

 

 

IMAGINEMOS entonces el minuto

si cuanto dicen, si al final,

fuera verdad que el último minuto

ya sepia ante los ojos aparecen

los vanos episodios de la vida

si es verdad que alegrías y lamentaciones

que amores ya pasados, que enemigos

se extienden rarísima secuencia ante los ojos

imaginemos, digo, que llegado el momento

nos vuelvan los segundos de esas horas

con todo su infortunio de lápida y letargo

y entonces pasara que las tercas manecillas

de ese artefacto indigno se atascaran

y que una y otra vez volviera a nuestros ojos

la ofensiva insistencia del instante,

que partiera su cuerda el reloj de la muerte

interminables siglos, estaciones, eras geológicas

especies, mutación de esas especies,

otras galaxias mundos abismos universos

historias imposibles civilizaciones sueños

todo lo que pudiera, en fin, tener un nombre

y que para mí siempre fuera apenas siempre,

la fracción de segundo

de entonces.

 

LA MECEDORA de la infancia

fracasa en su vaivén, se corta

su aliento de madera naufragante.

 

Sólo la niña de la muerte se mece en ella.

 

Alguna vez, habrá que decirlo,

cantaron sus retablos

le fue dichoso el sol, el aire

ocupó sus columnas en memoria del brote

y todo floración y encumbramiento.

 

Hoy se quema sin más fuego ya que la intemperie

es incluso su incendio el más reciente

de sus fracasos.

No pudo arder, quemarse,

sus restos retorcidos fueron arrojados

al fuego de la tarde

y cuando la agonía del astro

desgarró la pausada piel del día

todo se envileció en su astilla luminosa

y no pudo quemarse.

 

Pero sólo carbón es su recuerdo

antracita fulminante, rencor

y para qué

tanta esterilidad meciéndose

junto a una niña. 

 

QUÉ CANTO debiera

qué canto cantar

para tu amargo,

tu indigno amargo,

para tu oído?

 

Vaya aquí el que contenga tu derrota,

el abatimiento, la pérdida, el siempre

abatimiento en esta página y solamente

aquí y en todas las páginas

que siguen.

 

Que el color verdadero cuando escribo

sea tu miedo más hirsuto escalpelo entre los ojos

que atraviese, y flanco hirviente

someta los vocablos en tu boca

palabra por palabra forme un libro,

vano negativo del terror incierto

ahora negro sobre blanco o sobre hueso.

 

Y en su canto los huesos sean pulverizados

la espícula menor de tu esqueleto

te salte entrambos ojos

y calcifique en ti el vacío y sea

permanente orilla el mar

que cuando al fin llegues a tierra,

el inicio el comienzo, la primera palabra

de esta página, el vaya aquí,

el qué canto debiera,

sea la costa, el hundimiento, sea el reinicio,

que cuando al fin

llegues a tierra, sea la costa

un mar insuperable. 

 

APARECE en los ojos

es raro filamento, algún tipo de branquia,

una fibra distinta en el humor vítreo,

—si es que ahí se aloja,

o es en el epitelio o en otra cavidad aún

desconocida—

 

Será un extraño pliegue de la córnea

el desvío en la mácula, el simple descreer,

pero el modo en que mira

aquél al que le han arrancado la casa

no se olvida jamás,

resplandece en cambio. No busques su mirada

en sus ojos circundan los horrores del alma

dentro de sus pupilas

la niebla y la derrota.

 

—Fue de ese modo exacto que dentellé mis ojos

en el rostro apagado del que vino a ultrajarnos

quise ahogarte en furia,

atragantarte

en tu propio corrupto mar de abyectas mentiras.

 

Bajaste la mirada siempre que te fue posible

hoy recuerdo tu nombre y recuerdo tu rostro

jamás repetiré esas letras juntas

o ensayaré un retrato de tu espanto

aunque claro

no puedo decir esto sin pensarlo

sin darte una morada en mi cabeza

una casa en la mente

para que cada pulso

cada meditación y cada pensamiento

crezcan olas de estaño y te marchiten.

 

De esta casa he de echarte cada día

volver a imaginar tu horrible aspecto

para morder tus ojos y arrancar tu lengua

y para proscribirte, deshacerme de ti,

expulsarte en cada uno de mis días en la Tierra,

y finalmente,

si algún final posible hubiera en todo esto,

será el final de ti, será mi muerte.

Han de morir conmigo lo prometo,

cada uno de los rasgos precisos

de tu nombre y de tu rostro. 

 
 

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