Aunque la mayoría de los
seres humanos pueden expresar que comprenden la emoción, muchas
veces nos quedamos en el concepto “palabra” y, muy pocos son
aquellos que se atreven a expresar esa emoción tan definida de
los sentimientos.
Generalmente creamos el
mito que el arte puede expresar la emoción, sin embargo,
cualquier hecho de la vida nos puede emocionar; este es el
privilegio de todo ser sintiente, lograr manifestar, disfrutar y
expresar esa energía ya sea de manera positiva o negativa.
Presentar, en esta
ocasión tan sublime, la obra de mi amigo Fulvio Fernández Muñoz,
reconocido artista, profesor, maestro, gestor cultural,
residente en la región del Maule es un desafío mayor. Digo que
es un desafío mayor por la envergadura de su trayectoria.
Artista Visual, profesor
de Artes plásticas, licenciado en Educación, de la Universidad
de Concepción, Magíster en Política y Gestión Educacional,
Universidad de Talca.
Ha realizado
exposiciones colectivas e individuales en Europa y Chile, en
pintura, grabado y audiovisual.
Ha escrito numerosos
artículos sobre ámbitos de Educación y Arte; trabajos de
investigación artístico académica como “La escultura Mapuche.
Una visión escultórica” y “Educación artística en la actual
política curricular chilena”.
Ha recibido
reconocimientos y distinciones del ministerio de educación y
Cultura. Fondart 2001, 2002.
Algunas de sus obras se
encuentran en colecciones nacionales y europeas. Etc.
Ahora bien, confieso que
no puedo hablar desde la plástica pura y academicista, tampoco
desde la estética y su directa relación como objeto comunicante.
Por naturaleza poética
caería en un sueño profundo e inmediato y, ya, la instancia que
nos convoca sería completamente aburrida y sin sentido para mí;
en otras palabras no habría emoción. Es decir solo un discurso
que naturalmente nos trasladaría al mismo espectáculo cotidiano,
frío, definidamente inerte que adorna nuestra vida y nuestras
calles rebosante de sin sentido.
Nuestra relación esta
tarde no nos permite caer en tal escepticismo, por el contrario,
nos convocamos, o bien acudimos de manera voluntaria a un
concierto plástico diferente, como buscando respuestas en medio
del necesario silencio agudo y mental.
Dejamos todo fuera y nos acercamos a un conocimiento esencial
que puede, en algún momento, transmitir, deslumbrar e impregnar
nuestro pensamiento ya sea, por el color, la imagen, la línea,
esa difusa huella de la trama, el mensaje de cada artefacto que
alimenta nuestro vacío primigenio e inspirador, que es el
principio e hilo conductor de múltiples reflexiones de nuestro
artista: el misterio de sus motivaciones.
Esto me recuerda a
cierto Dios concebido en esta precaria imaginación, que en algún
momento de éxtasis alzó su brazo y giró sus dedos en círculos
desordenadamente y el resultado fue una “sopa de estrellas”.
Nuestro artista es algo
similar. Recurre a sus fuentes situadas en la parte más alta de
las formas, buscando compensaciones para su yo existencial.
Aquellas fuentes son su universo manifiesto y en constante
observación, la escritura selecta, su investigación erudita, los
objetos, las personas, la gráfica y sus proyecciones y otros
tantos y disímiles materiales cotidianos, incorporados a cada
pieza como un principio democratizador, donde adquiere un rol
protagónico la originalidad.
Desde que nos conocemos,
que son muchos años, encuentro a Fulvio siempre constante
movimiento vital, en ese perpetuo girar a través de su mundo
estelar, accesando a nuevas formas de experiencias estéticas,
alterando lo visible para evitar oscurecerse, eludiendo el
abismo donde colapsa lo común y carente de significado, es
decir, la nada y luego el olvido, refugio de los que nunca
arriesgan con su arte.
El rasgo más notable y
característico de nuestro artista es su perseverancia, esa
obstinación perpetua que raya en el delirio, porque sabe
captarse a sí mismo, conoce su punto de referencia, avalado por
la experiencia didáctica de la formación que le precede.
Quizás tenga razón, al
considerarlo un referente en nuestra “teológica búsqueda del
arte puro” en un paisaje limitado. Quizás
tenga razón en el reino de la estética, siempre y cuando esta
razón esté subordinada a la percepción, y de allí un salto
vertiginoso a la emoción propiamente tal, que es recobrar el
sentido de la vida.
La apreciación de su
trabajo nos acerca a descubrir cierto aislamiento, soledad
autoimpuesta, como el asceta o ermitaño, que llegan a considerar
ese medio como la oportunidad para encontrarse con aquella
riqueza esencial del arte. De este modo tan radical y opuesto al
común de la vida urbana, tiene la facilidad de inclinar la
ecuación -tinta, papel, dibujo, grabado- a una forma de vida
creadora, apreciando esos detalles más nimios y libres de
cáscara cotidiana.
Es beneficiado por una
percepción de la belleza inusual, en los aspectos más
desconocidos y transversales de nuestra naturaleza.
Un modo de vida
silenciosa, lo interno y subjetivo de la creación, la
construcción filosófica, el acontecimiento espacial, la
pluralidad de objetos materiales, el argé o apeirón de clásicos
griegos, su ideal estético, su paso por el tiempo y
circunstancia, cuestiones que permiten a nuestro artista
rebelarse a sí mismo y sobreponerse a la habitualidad de manera
radical y respetuosa frente a sus pares en esta superficie
característica e identificable llamada “Interculturalidad” donde
consagran y comparten armoniosamente estilo y sentido, formas
entrañables que naturalmente nunca tendrán fin.
Aclaro que una obra
tiene su fin cuando se producen dos hechos irremediables: no
emociona en lo más mínimo o bien el artista ha muerto
definitivamente. En otras palabras no hay mensaje.
Esta tarde Fulvio
Fernández nos invita a penetrar en este mundo de sensaciones
intensas.
Seguramente la
experiencia se repetirá en color y
manifestación; esto es, lo indecible: amor, alegría, angustia,
soledad, aburrimiento, nostalgia de otro pasado, ira,
ofuscación, formas devaluadas, desgaste, sinergia, naturaleza y
vacío que ha resuelto en imágenes, color y líneas.
Podemos decir que se ha
transparentado para quedar solo nuevamente, en otro estado de
las cosas, y nosotros los observadores, quienes tenemos que
reflejarnos, habitar la emoción para descubrir el abismo
traslúcido de nuestras circunstancias.
Al caer o fluir en estas
imágenes, creaciones, artefactos de color se desprende de
nosotros tal vez cosas ignoradas, desconocidas.
Por eso regresamos una y otra vez a la imagen porque algo
se mueve, algo sutil se proyecta y asoma a nuestro encuentro.
Entonces comprendemos que el sentido aplicado no es algo que
está fuera de nosotros pero, tampoco es algo dado, tan fácil
como creemos; esta apreciación consiste en exteriorizarnos para
luego comunicarnos, sabernos conocidos, interactuar en medio de
la simulación, como si alguien depositara esa emocionalidad para
convertir nuestro corazón en líneas puras.
Al parecer las
manifestaciones del arte, en este caso la plástica, parten de la
no-significación para nosotros darle un sentido.
Poéticamente podría agregar que el color, la imagen, la
línea, la palabra son ideas, ideas latentes que debemos llenar
de significado, sentido y fuerza, de sonidos y señas, de
sutilezas y abstracciones donde todo tiene sistémica asociación.
Por ejemplo “entre los
aztecas el color negro estaba asociado a la oscuridad, al frío,
la sequía, la muerte”, sin embargo si comparamos la inmensidad
cósmica, notaremos que la proporción lumínica es inferior a la
proporción oscura, y sin embargo, de esta niebla se genera la
luz, la capacidad de creación y expresión.
Regresando otra vez a la
literatura, nada nos puede prohibir considerar poemas las obras
plásticas, siempre y cuando cumplan dos condiciones como bien lo
dijera Octavio Paz, que es regresar sus materiales a lo que son,
materia resplandeciente u opaca y negarse al mundo de la
utilidad; y la otra condición es transformarse en imágenes y
convertirse en una forma de comunicación.
Sin dejar de ser
lenguaje, sentido y transmisión del sentido, como enuncié al
principio de esta nota; volver al estado de la emocionalidad,
cuya pureza podemos alcanzar a través de la observación
consciente.
Al final un cuadro será
un poema si es algo más que lenguaje pictórico, como es el caso
de la obra de Fulvio Fernández Muñoz.
Los artistas que están
atentos al entorno en que crean, tienen en cuenta la
quintaesencia de las cosas.
Agradezco a mi estimado
amigo Fulvio y a este público por la paciencia de escucharme.
Alberto Navero
Reino de Talca,
primavera del 10 de noviembre 2015 era vulgar.
|