Cabeçalho de Manuel A. e Sousa
Revista TriploV de Artes, Religiões & Ciências . ns . nº61. novembro-dezembro 2016 . ÍNDICE
Homenagem de A viagem dos argonautas e do Triplov a José Afonso



Jaime Huenún (Valdivia, Chile, 1967). Poeta y escritor mapuche-huilliche. Ha publicado Ceremonias (1999), Puerto Trakl (2001), Reducciones (2012) y Fanon city meu (2014). También ha editado las antologías 20 poetas mapuches contemporáneos (2003), La memoria iluminada: poesía mapuche contemporánea (2007) y Los cantos ocultos: poesía indígena latinoamericana contemporánea (2008). Parte de su poesía ha sido traducida al inglés, alemán, francés, portugués, holandés, italiano y catalán. Ha sido invitado a festivales poéticos en Estados Unidos, México, España, Argentina, Ecuador, Colombia, Perú, Nicaragua, Inglaterra, Irlanda y Alemania. El 2003, obtuvo el Premio Pablo Neruda de Poesía; el 2005, la beca de la Fundación Guggenheim de Nueva York; y el 2013, el premio a la mejor obra poética editada en Chile, otorgado a Reducciones por el Consejo Nacional del Libro y la Lectura.



JAIME HUENÚN

Poemas

SELECCIÓN DE MARIO MELÉNDEZ DE POEMAS DE “LA CALLE MANDELSTAM Y OTROS TERRITORIOS APÓCRIFOS” (FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, 2016). Esta publicación corresponde a una trilogía compuesta por dos libros ya publicados: Puerto Trakl (2001) y Fanon city meu (2014), y por un conjunto de poemas inéditos surgidos a partir de la figura del poeta ruso Ósip Mandelstam.

 

De “Puerto Trakl”

 

“Y si vienes a morir a Puerto Trakl,

no bebas de mi vino”, dijo el tabernero.

Este bar no es la morgue de los ángeles

ni el cementerio de los fantasiosos.

Muchos hombres han cruzado el océano

por un jarro de cerveza, por una copa

de ginebra caliente.

Nadie aquí tiene patria ahora y navegar

cansa más que la nostalgia y el amor.

Escucha, solo escucha el estruendo del oleaje,

mientras el mirlo clama

entre las ramas y el viento.

 

Como una manera triste de predecir

miro el paso de las nubes sobre el puerto.

Sé que mi suerte no está

en ninguno de esos nimbos que regresan al mar

movidos apenas por el viento de la literatura.

“Profetizar me asquea”, podría decir

y, sin embargo, allá va mi vida,

sobrepasada por pájaros que llevan

todo el tiempo del mundo entre sus alas.

 

Una mujer escrita en la arena,

soñada por torvos marineros desaparecidos.

La longitud de su pelo alcanza

los oscuros ojos de los peces yacentes.

El musgo de su sombra cubre

las roídas murallas de los astilleros.

“La felicidad es una sombra”, dice

mientras la tormenta imaginaria inunda

los quebrados ventanales del puerto.

 

 

De “Fanon city meu”

 

Vivir en Ciudad Fanon no era más

que vaciarnos de sudor y de memoria.

Era ir los viernes por la noche

a los tambos cuzqueños olvidados

y mercar allí, sin dios ni ley,

los poderes infinitos de la coca.

Con los chasquis bebíamos cachaza

de favelas sitiadas por la DEA.

Escribíamos después en las murallas:

“Your name is puta$, your name is okaso”.

 

Seguimos el Sendero Luminoso

convocados por los apus

de los cerros de Ayacucho.

Nos armamos con los rifles de Guzmán

y huaracas que tejimos

con pulido cuero andino.

En la sierra se unieron a nosotros

tribus campas, gente quechua

y unos vagos morenos amazónicos

que debían varias cuentas a la ley.

Nos barrieron en El Yuro sin piedad,

y dejaron nuestros cuerpos

al arbitrio de las moscas,

al regalo de los buitres.

Desde entonces caminamos sin destino

por los guetos y las ferias

de los zambos cimarrones.

Y en las noches robamos las monedas

a la sucia y fea fuente

de las viejas utopías.

 

El Señor de los Cielos trajo el agua,

la comida de los niños, medicinas.

Su empleado Moctezuma diligente

repartía las cajitas con regalos.

Al final nos entregó cuarenta rifles

con un sello grabado en las culatas.

“Sean justos y disparen en mi nombre

cada vez que mi gente se los pida”.

Ahora somos su rebaño predilecto,

una grey que no le falla ni le miente.

Ahora somos una tropa fiera y santa,

los guardianes bien templados de su honor.

 

De “La calle Mandelstam”

 

Sentimos el invierno en el estómago,

y no podemos, como antes, mordisquear

–con vano y fino orgullo–

hierbas, cortezas y piedras

en los ásperos caminos de la diáspora.

La poesía nos dejó

arrugas en los ojos y en la lengua,

un huevo diminuto envuelto en un pañuelo

y el humo del tren que parte

hacia la nieve gris de la Revolución.

Pero envejecer no es nada nuevo

y viajar sólo es un modo

–como lo son tantos otros–

de imaginar bellos paisajes,

mientras altos guardianes nos escoltan

por largos y fríos andenes

hacia la nueva felicidad.

 

Hemos sobrevivido a la clonación del terror,

hemos sobrevivido a la musa del miedo

que derrite la nieve y entibia los nidos

de los mirlos hambrientos.

Nos quedan sin embargo muchos, largos años

de tranquila miseria, de viajes sin retorno

a una cueva vacía sin fogatas ni sombras.

Sabemos por ahora –y siempre lo supimos–

que en la casa ambulante del poeta proscrito

montan guardia serena en vigilia y en sueño

los dioses tutelares de la ruina y la cruz.

 

Voy sin prisa por la Calle

de los Falsificadores,

esperando que este tiempo

se libere al fin de mí.

Sigo rumbo por la Vía

de los Locos y Asesinos

manteniendo a duras penas

la distancia y la razón.

Mi destino, ya lo adviertes,

es infame y perdulario,

aunque en esta esquina roja

solo cae lluvia gris.

 

 
 
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