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YESENIA
ESCOBAR ESPITIA
Ensueño negro del África mía
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Reconocimiento
Soy mujer, soy afro
y medito en mi llama
negra.
Soy un ibis que
escribe la historia del viento.
Un tambor de cuero de
jaguar me cubre,
una leyenda y un deseo
antiguo,
una historia que se
escribió en palmas de coco.
Soy el mito hecho
palabra,
la onda vibrando sobre
el agua y la carne,
etérea de los dioses;
el Vudú agitándose en
el vientre de una virgen.
Racimos de cangrejos
bajan por mis cabellos
dejando una estela que
no se apaga.
Mi pecho es una
gazania abierta que lamen complacidos
los desgraciados hijos
de Oshún.
Me reclamo madre de
una cría de pájaros,
hija del ombligo del
mundo, hija de esta madera de ébano.
Paria del universo.
Me reclamo tierra de
ignota geografía,
una frase que parece
una playa.
Me reclamo en la
palabra verdad, fuego, llanto,
poesía, y en el eco
clarinado en el templo africano;
tengo un nombre bonito
en el bolsillo.
Me reclamo nieta del
muntú,
concubina de América.
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Gorée
Solamente ha quedado
el viento,
allí donde antes
crujía la sal.
Solo la espuma grabada
en las vetustas arenas amarillas,
un cóctel amargo de
sudor y lágrimas que amortaja el tiempo en las orillas.
Escucho el eco
gemebundo de los pies ardiendo
sobre la infame marca
de los hierros candentes.
Pero la memoria
encasquilada en el silencio,
ni siquiera puede
farfullar sus nombres.
Esta isla ha secado
sus aguas muchas veces,
Sin embargo,
miles de barcas
caróntidas, cargadas de fantasmas,
se adosan sempiternas
al lúgubre besar del fondeadero.
Sobre el canto de
piedra está la casa,
oteando el kandínskico
rebaño de turistas que abúlico se enfila
a penetrarla,
sin percatarse si
quiera de sus miedos.
Nada queda ya en la
casa, sólo ella y sus gritos
empuñados cual moscas
secas en viejas telarañas.
Solamente la casa,
solo la isla,
solo el viento.
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Akanforá
La sonrisa del abuelo
era espuma del mar,
era nube que navegó
con él por muchos siglos,
Era azúcar en las
manos arrugadas atando su existencia.
Era el llanto, el
vívido llanto de un huérfano recién nacido,
clamando por los
pechos que no pudo mamar.
La sonrisa del abuelo
era como el alma que no tenía,
porque sus dioses se
la apropiaron,
mientras corría
huyendo de la barbarie.
Era el río que bañaba
el valle de su exilio,
era la paz de la
mazmorra donde susurraba mohínos cantos.
La sonrisa del abuelo
era el marfil que tallaba sus sueños
de ser hombre y
alzarse como baobab al infinito,
era la cal que abonaba
la tierra, la sal que arropaba la arena,
el ronco aliento de
una piedra hendida
roída por los huecos
de la historia
que hoy mana como conchas en la
bahía.
Akanforá: palabra en lengua palenquera que significa algo que se
ha esfumado, que se ha ido.
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Si la noche fuera verde
Si la noche fuera
verde
y yo gimiera entre sus
párpados,
como un bosque, como
los ecos de un río
lamiendo el erguido
acantilado
de fiebre, sus
orillas,
traería a mi bosque
las palabras que soñamos,
las prístinas, las que
buscan una voz de mármol
para quedarse en su
eco.
Y entonces haría mío
todo el mar en su rumor inmenso,
verde y planetario.
Pero la noche es
parda, roja, azul, descolorida.
La noche es niebla.
Noche quemada en mis orillas.
No me queda más que
guardar las horas
y quedarme callada.
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El tambor de los
orishas
Cuando los Orishas
tocan el tambor
el vientre de mi madre
danza a su solfeo,
un tamtam en los
cielos estremece el aire
y el ritmo de los
cueros enciende sus deseos.
Mi madre sabe bien que
los Orishas
tocan así el tambor
para darle alimento,
Una escalera baja de
la puerta del cielo
y desciende su
espíritu,
desciende con ella el
maná, desciende el Nilo,
descienden también las
palabras.
Entonces ella verde se
enciende cual arbusto
y canta, un gorrión
vuela en su garganta.
El tambor de los
Orishas tiene la magia para sanar sus males.
Nosotros solo sabemos
que cuando ellos tocan,
la sonrisa colorida de
mi madre se refleja como un bello arco
sobre el agua.
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Madre de ébano.
Madre de ébano, madera
de ojos violáceos,
enrédame en la selva
de tu pelo, en tu rostro de arena
donde hace siglos se
anclaron mis barcas de papel.
Como la caña dulce es
tu boca, son tus besos,
y tus gentiles pechos
un río de nácar,
que guardan el maná y
la luz del desierto.
Madre de arcilla,
madera de fuego negro,
tu canto es el pregón
de ecos añejos
que retumba en el
tambor, en el tiempo,
en la sed de la
memoria.
Tu poderoso vientre,
fértil cual tierra arada,
adarve es del baobab y
del acebo,
el aguacero baja hasta
tus brazos que son azudes,
recios, fierros, que
recogen el milagro de la siega.
Madre desnuda,
escultura de anchas caderas
que embellece el
horizonte, que ennoblece mis plegarias,
tus mustias manos de
barro fuerte
amparan la torpeza de
una caricia, su ternura,
que fatigada y tosca,
tras la molienda,
se derrama como un
cántaro de miel en un alma sedienta.
Madre de ojos llenos
de bosque, de pájaros y ciénagas,
tu risa es fresca como
la lluvia que retoza sobre los techos de zinc,
danzas con las
siluetas del viento, con el brioso espíritu del viento,
con la sapiencia
armoniosa de una herencia que los astros tejieron en tu etnia.
Madre de octubre,
madre hecha con las fiebres de octubre,
abrígame en el manto
de tu cuerpo africano, en tu hamaca,
dime que soy tu
simiente, que me alimenta tu piel de almendras,
que soy la horra que
acunaste en otros tiempos
cuando fui la esclava,
regálame tu espejo, oh
madre infinita,
oh efigie de amor, oh noche calcada
en la mía.
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En mis cabellos.
En mis cabellos, hace
tanto
que murió el silencio
y en su lugar, una
bandada de pájaros,
de vocingleros cuervos
iracundos,
se abrió paso como
tormenta
corriendo por los
montes,
por los riachuelos
secos,
por los caminos
polvorientos
en los que habita la
historia.
En mis cabellos,
el rumor del mar se
encrespó en caracolas
para brotar como flor
salvaje y trepar al sol
donde las diosas
guardan
las viscosas aguas de
sus sexos,
esas aguas que luego
vierten como miel
en nuestras bocas
vestidas de aguacero.
Nada puede contener la
plúmbea lluvia
que allí gañe,
pocos saben, como yo,
el peso que acopian
sus raíces,
la rabia que se agita
en los frondosos brazos
de esta ceiba
que noctívaga se tumba
sobre el borde escueto
de la playa,
Nada puede contener
la sombra espesa de su
follaje negro,
de los sueños heridos
que profundos duermen
en sus hojas
marcados por la huella
de la carimba
esa que aún llora
sobre la ajada piel de ébano.
El África toda
grita en mis cabellos,
no puedo dejar que ese
grito
calle.
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El llanto del balafón
Como estentóreos
cucuyos restallando en la noche,
vuelan a mí los ecos
agitados
de la savia que el
viento cernió sobre el béné.
En sus susurros
duermen los secretos del mundo,
reposan en la almohada
de un antiguo griot.
Los escucho llorar
mientras trato de ahogar la fatiga,
colgada de los hilos
de una hamaca vieja
que se bambolea al
arrullo de esta negra isla.
Trato de alzar los
ojos para auscultar el cielo desnudo
abierto como irascible
concha de mar
que abriga en su seno
un arrecife de luces agolpadas cual capullos.
Mi corazón es un coco
preñado por la brisa de palmeras,
con su rumor añoso
corriendo por la voz de mis ancestros,
cada golpe seco salta
cual insecto en la madera,
chirreando entre los
huesos de una historia muda.
¿A quién podré
contarle ese dolor tan vivo sin compungir mi pecho
con tus agudos gritos?
¿Cómo engullir esa
agonía que reverbera entre tus notas
sin que el presente me
robe las raíces?
Seguramente bastará
con el silencio, plantado como hierba
en la arena de estas
playas,
ese silencio que aviva
tus sonidos y crepita tus misterios cual gaviotas
que cruzan agitando el
horizonte.
Seguramente bastará
con detenerme y encallar como piedra en esta isla,
como canoa pletórica
de peces, agrietada por el peso de sus escamas,
nada podría impedir que me ahogue en
tu memoria.
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El eterno retorno a
casa.
La lluvia se ha secado
en estos páramos
y sólo el fuego ha
quedado para bautizar los montes.
El cielo embozado de
aire putrefacto envuelve los rayos como orugas,
destilando su ira sin
templanza,
para arrojar sus
espinas en nuestras cabezas.
Mi memoria acuosa,
divaga entre ciénagas y mares vestidos de infancia
y llora como un niño
que clama por los pechos de su madre,
sus fluviales aromas
me invaden de nostalgia
descorriendo las
cortinas de esta muda casa.
Decido entonces
emprender el viaje
por el verde valle que
aflora en medio del rosario de eucaliptos,
sin nada más que mis
recuerdos y el deseo inflamado de arañar mis plantas
con tu arena roja.
El camino está plagado
de árboles de oro,
que desgajan semillas
de sol sobre el pasto ardiente.
Me quedo como una
columna de nubes,
viendo como las ramas
estornudan pájaros y avispas
y me imagino cómo será
volver a casa y tocar la puerta estrecha
que huele a madera de
uvita de playa.
No sé cuando llegaré,
al final no importa,
mientras pueda seguir
volando en mis recuerdos.
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Esta casa en ruinas
Esta casa ya no guarda
en sus paredes
el moho de la utopía,
ni el verdoso cardenillo de idealismo,
ni las cáusticas y
mórbidas telarañas que el tiempo tejió
con mágica enredadera
en la memoria:
ya sólo en el umbral
copulaban palabras antiguas.
No abre las ventanas a
otros mundos, no se cierran tampoco
mientras afuera
merodee el judío errante,
aquel que turba las
conciencias de los que duermen.
Aquí ya no se hospedan
huéspedes malditos,
ni los míseros con sus
violines rotos tocan a la puerta,
sólo alberga príncipes
vestidos de pueblo
que se bañan con
cántaros de miel y aman el trino,
enjuagan sus gaznates
con aceite de antiguos mercaderes
que ya no llegan a su
puerta,
y ataviada de lino y
rojo terciopelo, enmudeció la lira de Erato y Euterpe
y vendió sus arcos a
juglares espurios.
Ahora subasta sus
ruinas en el mercado del usado.
Del Poemario:
Ensueño negro del África mía
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YESENIA ESCOBAR ESPITIA
Ensueño negro del
África mía
COLOMBIA
Nostromo Ediciones, Fundación Carlos Arturo Truque, 2016.
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YESENIA ESCOBAR ESPITIA (COLOMBIA).
Poeta,
narradora y docente-investigadora. Licenciada en Lenguas
Modernas de la Universidad del Atlántico. Magister en Estudios
Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Su vida
transcurre entre la literatura y la academia, siendo además de
escritora, una estudiosa de las letras y la cultura
afrocolombianas. Ha presentado varias ponencias académicas en
congresos nacionales e internacionales.
Publicaciones:
Mamá Avó
(Cuento). Cartilla de Educación para la Primera Infancia. Caja
de Herramientas Cátedra de Estudios Afrocolombianos (CEA).
Secretaría de Educación Distrital de Bogotá. 2014.
Poemas:
Antología de Landais
del Progetto 7LUNE.
Venecia, Italia, 2014. Autora compilada.
Revista Opción No. 177 y No.178, Septiembre y
Octubre de 2013. Instituto Tecnológico Autónomo de México. ISSN:
1665-4161.
Antología de Mujeres Poetas
Afrocolombianas, Guiomar Cuesta y Alfredo Zambrano Compiladores.
Ministerio de Cultura, Bogotá: 2010. Autora compilada.
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