REVISTA TRIPLOV
de Artes, Religiões e Ciências


nova série | número 49 | dezembro-janeiro | 2014-15

 
 

 

CARLOS J. ALDAZABAL 

Piedra al pecho

Carlos J. Aldazábal (Argentina, 1974). Publicó los poemarios La soberbia del monje (1996), Por qué queremos ser Quevedo (1999), Nadie enduela su voz como plegaria (2003), El caserío (2007), Heredarás la tierra (2007), El banco está cerrado (2010), Hain, el mundo selknam en poesía e historieta (con ilustraciones de Eleonora Kortsarz, 2012) y Piedra al pecho (2013). Su poesía ha sido reconocida con numerosos premios, incluida en diversas antologías, y traducida parcialmente al inglés y al italiano.

 

EDITOR | TRIPLOV

 
ISSN 2182-147X  
Contacto: revista@triplov.com  
Dir. Maria Estela Guedes  
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KANDINSKY 

La cuestión aquí es la despedida:

un pañuelito que se agita despacio

y una acequia por las mejillas.

 

Toda despedida es un pequeño luto,

como el negro de tu falda

o aquella tarde de domingo a la luz de la lluvia.

 

Algo de nostalgia también hay:

no por el pasado, sino por el futuro,

camino perdido entre malezas,

profecía que nunca ha de cumplirse.

 

Luego está la canción,

sea grillo, vals o chacarera,

candombe, acordeón o pajarito:

 

ruido impertinente que suena en el cerebro

sin que nadie lo llame,

justo cuando el pañuelo se agita

y las acequias desbordan

la lluvia, tu falda y el domingo.

 

La canción:

 

línea de fuga a lo Kandinsky

que pretende elaborar sus teorías

trazando una espiral:

 

punto en expansión por donde escapa el tiempo.

 

 

 

 

ESCUCHANDO A LOU REED  

La canción de las cenizas

desgarra el aire con sus lamentos:

prédica de lo que será, de lo que fuimos.

 

Afino la sintonía

y la cortina que disimula la nitidez

se desvanece para sacarnos una foto:

vos con tu manía de lo verdadero,

yo con la imaginación de una vejez perfecta.

 

Cuando la canción de las cenizas se calle

todo volverá a su anestesia,

ilusión de eternidad, espejismo de lo durable.

 

Pero la canción de las cenizas volverá a sonar

               para acunarnos.

 

Confundidos en sus notas,

esparcidos en un mar a cuya orilla

arderá la hoguera de unos huesos

                  parecidos a nosotros.

 

 

 

 

TIGRE 

Felino sí.

Probablemente puma o simple gato:

la madera tallada no transmite verdades

y a un tigre de madera no se le ven dibujos.

 

Faltaría un pintor, alguien que con minucia

le decore el hocico, las patas, los costados,

para que la madera forme al tigre,

espejismo de rayas, pura voluntad de artesanía.

 

Luego sí, vendrá algún domador hecho de plomo:

acercará la silla, y al oído del tigre

escupirá verdades hasta formar la jaula.

Con un poco de alambre cubierto de algodones

construirá un gran aro para que el tigre salte

y el fuego lo consuma, como consume el fuego la madera.

 

¿Y si el tigre le ruge? ¿y si el tigre no salta?

¿si la silla se rompe y el domador tropieza?

¿y si el fuego perdona los colores del tigre

y se encarga del plomo y lo convierte en río,

y el tigre va y se baña, como hacen los tigres

que no son de madera, y se queda sin jaula?

 

¿Entonces se sabrán los dibujos del tigre?

 

¿O será por el agua, su devenir, sus ríos,

   que Heráclito hablará de las certezas?

 

 

 

 

CÁLCULO 

Tendríamos que medir las consecuencias.

 

Eso sería como delinear un perímetro con un compás,

el círculo imperfecto de lo que sobra.

 

Pero las sobras no son lo que parecen:

las objeciones, por ejemplo, a veces sobran,

y otras veces son una condición de lo posible.

 

Atravesar la multitud con una soga

sería el modo de saltar hacia el vacío

                       sin dejar de ser cuerdos,

coincidencias de partes entre muchas opciones.

 

Supongamos, por caso, que hay un árbol.

Detrás del árbol el escenario es abierto

y la lírica brota como croar de sapos.

 

Supongamos, también, que a diez cuadras

otro árbol se enciende con un fulgor distinto

y la lírica trueca en serpentinas, en chispazos con humo.

 

De estas formas del canto no se sabe cuál cuenta:

si la cuerda atada a la cintura, si la soga en el cuello,

o la forma perfecta de tu boca, el círculo exterior de lo posible. 

 

 

MOTIVOS 

No es fácil perder tantas peleas,

remontar las tareas cotidianas,

decidirse a vivir con la náusea en la nuca.

 

Resucitar por día, por minuto,

reencarnado en helecho o en hormiga,

resucitar contrarreloj en la caída

para evitar morir de doble muerte.

 

No es posible aflojar: así es el juego,

esta sutil condena de continuar naciendo

                                a pesar de los otros.

 

Por eso es que persisto en mi disfraz de circo,

porque la risa y el amor son escaleras

que trepamos sin miedo mientras nos resbalamos.

 

Quiero decir:

tus ojos me han mirado,

y así vale la pena tanto esfuerzo.

 

(de Piedra al pecho, 2013)

 

 

© Maria Estela Guedes
estela@triplov.com
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