REVISTA TRIPLOV
de Artes, Religiões e Ciências


Nova Série | Número 25-26 | Março-Abril | 2012

 
 

 

 

 

ALFONSO PEÑA

Rubem Fonseca:

Río de Janeiro, campo de batalla en la literatura de un escritor mineiro…

Alfonso Peña. Foto: JAL. In: 
www.laotrarevista.com/2009/07/alfonso-pena-entrevista-carlos-calero/ 
                              

 

EDITOR | TRIPLOV

 
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En el ocaso de los ochenta, recibí del Brasil, más exactamente de Curitiba, un relevante obsequio. Cuando abrí la casilla de correos, en medio de una considerable cantidad de revistas, libros y “Arte postal” (dichosamente, la internet todavía no había “noqueado” a nuestro querido y antiguo correo), me encontré con un sobre en el que la remitente era una menina de nombre Vandira. Ella me enviaba una plaquete con sus poemas y un libro de cuentos de un narrador brasileño que hasta ese momento yo desconocía: Rubem Fonseca.

Se trataba de Feliz Año Nuevo, que significativamente había sido censurado por la sanguinaria dictadura militar brasileña (1964-1984).

 

Feliz Año Nuevo, publicado en 1975, está estructurado en dos relatos: “Paseo Nocturno I” y “Paseo Nocturno II”. La trama principal gira en torno a las vicisitudes de un hombre que para alivianarse de las molestias y sinsabores de la cotidianidad se dedica a “liquidar” mujeres. La narración es llana y concisa, está desprovista de adornos innecesarios, impacta, cala hasta la médula, cada adjetivo en su sitio. El campo de batalla es la ciudad de Río de Janeiro (con todos sus contrasentidos y absurdos); pareciera que da lo mismo “caminar por las calles de Río” (esa referencia abunda en buena parte de sus ficciones, como el sonido expreso de un bajo electrónico, o el chirriar escalofriante del metro); que entrar a un bar a tomarse una cerveza, hacer una llamada telefónica desde la playa, vagabundear por el Santo Cristo o tener una conexión con la mafia y el bajo mundo… De repente, de un antro puede salir un pistolero y asesinar a una glamorosa mujer de peluca fucsia y lentejuelas y abundante rouge en sus mejillas, ¿qué sucedió? O en una bronca pasional y extorsiva, un enano es asesinado y embuchado en una maleta por casi nada… De súbito, nos enteramos que Mandrake, el gigoló detective y gastrónomo en cualquier instante, en un sofisticado restaurante de Río puede citar a Joyce, Genet, Baudelaire, García Lorca, Pessoa, Camoes… Literatura marginal con citas cultas y personajes execrables… Eso es solo parte de las orlas y marbetes que se deslizan en la producción del narrador carioca.

 

Rubem Fonseca (Minas Gerais, 1925), desde la publicación de su primer libro de cuentos Los prisioneros (1964) fue etiquetado: se lo considera escritor de la “onda” marginal, contador de historias siniestras, cartógrafo de la descomposición social, cronista de la violencia, la corrupción, la alienación de las sociedades (postcapitalistas) latinoamericanas del siglo veinte y veintiuno… Su materia inflamable, sin embargo, poetizada, es el sexo fuerte, la pornografía, la pedofilia, la insensatez de la violencia… Los diversos rótulos que se le endilgan, los que utiliza la crítica y sus fans y detractores, deriva quizás porque su literatura está cargada de detectives, de investigadores salpicados de la doble moral, dementes, psicópatas, singulares rubias que padecen de furor uterino, asesinos seriales, degenerados… Lo cierto es que sobre las páginas de sus libros ocurren asesinatos y la sangre corre como uma bola de futebol no jogo bonito… Sin embargo, es cierto que en las literaturas de las diferentes épocas y latitudes, encontramos contingencias similares y no se habla de ellas como si fuera literatura escatológica, policial o negra… Se habla de literatura con letras capitales. Literatura escrita con la verdad en la mano. Nos agrade, o no, en estos parámetros se ubica la creación de Fonseca.

 

El escritor carioca tiene a su haber una sorprendente producción novelística, desde El caso Morel (primeros esbozos de cómo parodiar lo negro/ policial), además de sus “obsesiones consabidas”, la vida marginal irreverente e iconoclasta. A lo largo de sus textos desfilan escritores que no pueden superar la página en blanco, escritores frustrados que pagan para que “otros” escriban sus novelas, escribas que se desdoblan en escritores y a la inversa, y escritores de relatos autobiográficos (yo vs el otro), asesinos a sueldo, sicarios, suicidios de dictadores… En apariencia, no sucede nada, ellos van y asesinan y regresan donde el patrón –pulcro y moral millonario–, cobran y retornan contentos a su morada donde los esperan la mujer y los hijos. ¡Todo muy normal! Queda la impresión, como lo dice uno de sus personajes: “que lo normal es asesinar, matar”; metáfora de la necesaria destrucción inherente al ser humano.

 

Es importante no obviar que Rubem Fonseca, transitó por el paisaje/pasaje cruel y nebuloso de la marginalidad; no como un observador ornamental, sino como testigo y actuante; en su literatura se puede descubrir la ambigüedad biografía/ficción; en esa zona para nada complaciente se desempeñó como tira, así se le llama a la policía de Río de Janeiro. Desde ese frente, el artista en cierne bregó en funciones administrativas, no es de extrañar que ese paso le diese la oportunidad de observar de cerca, con detenimiento y ojos reflexivos, los diversos hechos que presenció con sentido investigativo y que a posteriori sería material de primera mano en sus creaciones: criminalidad, nota roja y policial, componendas, violencia escalonada, descomposición piramidal, corrupción política y social.

 

No es casual que la “ciudad”, hasta la aparición de Fonseca en el escenario latinoamericano, estaba signada por la novela del mal llamado y traído boom latinoamericano. Era la ciudad con visos agrarios, la ciudad no deglutida del todo, la ciudad mítica latinoamericana de los cultores del realismo mágico y de la metáfora de la literatura urbana. Ciudades con rescoldos coloniales y barrocos. Casas verdes y regiones transparentes. Fonseca va más allá y rebasa esas “ciudades literarias”. Su modelo de “ciudad” está configurado de retazos psíquicos, juegos intertextuales, doble discurso, violencia, desdoblamientos, guiños, amor/desamor, humor negro y las diversas parafernalias tecnológicas propias del entorno… Su discurso está decantado de moralidad. Sus hombres y mujeres son solo juguetes enloquecidos en la penumbra. Su escritura está dimensionada por la poesía y la prosa, hay una celebración del lenguaje, que desemboca en laberintos de palabras, en castillos de papel… Es la Otra, la otra Ciudad, no Río de Janeiro, con manual de turista y carnaval, crónica de CNN y hamburguer de MacDonald…

 

Parafraseando a la poeta mexicana María Baranda: “Ahora sabemos que no estamos delante de un escritor. No. Su concepción de la vida, su rigor y su desenmascaramiento de las situaciones y los sentimientos, su proyecto de acción, su ausencia de método, su mesura y concisión en cada una de sus páginas, su complejidad y su obsesión por la realidad de la escritura, nos permite decir que en Rubem Fonseca se encarna una literatura. En esto reside la fascinación y el desafío de su lectura: aquel que entre en el mundo fonsequiano no puede ser ya el mismo. Esa es la intención del autor. Cambiar, vulnerar, cuestionar las partes más básicas de la existencia…”.

 

Como en un ritual atávico, Rubem Fonseca se revela ante sus lectores (semana dedicada a Rubem Fonseca, Revista Casa de las Américas Nº239, La Habana, Cuba): en un tono susurrante y marcado por la oralidad tenemos acceso a su ética literaria y personal:

 

Existe una tendencia que asegura que la literatura, a diferencia de las ciencias sociales, no tiene nada que enseñarnos. ¿Es esto verdad? Ya leí ensayos sobre la muerte de la novela, dicen que el cuento murió, que la poesía murió.

 

¿Qué significa todo esto? Está claro que aparentemente la literatura no tiene una utilidad práctica directa. Pero tiene una ventaja sobre la ciencia y sobre cualquier otro tipo de conocimiento –el de revelar la naturaleza humana en su complejidad–. La lectura ayuda a desarrollar la propia creación y la capacidad colectiva. La literatura permite un mejor conocimiento de sí mismo y de los otros, a través de la experiencia vicaria de personas de mundos y épocas diferentes. De esa manera, por ella se superan las fronteras y los siglos.

 

No es gratuito el interés que Freud sentía por la literatura, y en particular por los clásicos, específicamente por los griegos. Hay una relación directa entre la literatura y el arte del lenguaje y el psicoanálisis.

 

La literatura tiene un valor trascendente. No sólo los historiadores sino todos los estudiosos de las ciencias sociales en general, tienen mucho que aprender con la literatura. Engels dijo que aprendió más sobre la Francia del siglo XIX –una época de ascensión de la burguesía– que leyendo a todos los historiadores y demás especialistas en las ciencias sociales que escribieron sobre la época.

 

Además de la poesía y la ficción –cuento y novela– el teatro también puede ser incluido como literatura. También la ópera, las letras de canciones, y también el cine, si no pueden en rigor, ser literatura, son, sí, un subproducto. Pues la literatura puede ser definida como la exploración de las verdades universales y del ser humano, a través del lenguaje escrito o representado, algo relevante para la experiencia humana.

 

Para finalizar, me gustaría citar una frase del discurso de William Faulkner –acerca del poeta, del escritor– al aceptar y recibir el Premio Nobel: “Es su privilegio ayudar al ser humano a resistir, recordándole el valor y la honra y la esperanza y el orgullo y la compasión y la piedad y el sacrificio que han sido la gloria de su pasado. La voz del poeta no necesita ser meramente el registro del ser humano, puede ser uno de los puntales, de los pilares que lo ayuden a resistir, a prevalecer.”

 
   
 

 

 

 

ALFONSO PEÑA. Escritor costarricense. Entre algunos de sus libros publicados podemos mencionar: Noches de celofán, La novena generación, Labios pintados de azul, Cartografía de la imaginación. Dirige la Revista de Arte y Literatura Matérika (www.materika.org). Contacto: alfonso.materika@gmail.com.

 

 

© Maria Estela Guedes
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