NACIMIENTO DE LAS LEVES CRIATURAS*



Nevertheless, I dislike
The way the ants crawl
In and out of my shadow
Wallace Stevens, Six significant landcapes



PRELUDIO

I

Presérvate de la peste,

son antiguas sus destilaciones alrededor de las mágicas raíces,

y acaso nadie la contenga después.

¿Ya escupiste sobre sus ojos?

El resplandor corrompe el luto de estas dinastías

hasta donde no llegan infancia ni memoria.

El astrolabio calla su tela de diamantes.

¿Pusiste las manos en otra cara llena de moscas?

¿Estabas dormido?

Has convocado el hervor yacente de un foso

al filo de la certidumbre

con trapos diminutos de la fiesta.

¿Le preguntaste si veía el infierno?

Cuando los dueños se reclinan como lluvias,

abres la jaula que habitó la criatura,

objeto letárgico arrancado de golpe

a la leche incrustada desde lo alto.

Anuncio un inmigrante

en la genealogía de los reyes antiguos.

Un inmigrante es una esfinge.

¿Qué gusano extiende el gozo, se prepara al letargo

de los cartílagos de muerte en el plato de Adán?

¿Y por qué continúas con tus espléndidos ropajes

siempre detrás de los árboles del vértigo,

oyendo el eco de paredes sepultadas

y la ausente migración del cinabrio?

Fueron las saturnalias, enloquecidas tentaciones,

más firmes que la navaja sonámbula o el sol del eremita,

quienes me convocaron al ascenso.

Balaustradas de mármol quedan en mi cueva,

rastros que zumban en suspenso, que interrogan.

Enardecen las puertas.

Clausuran las salidas.

Llenan los huecos de aguijones.

A veces cimbra en la piel el oro del falsario.

Me pregunto quién tiñe de lenta aprensión

/los juguetes lapidándose

sólo a la distancia, lo que alumbra reliquias y sollozos?

Esta usura de las brasas me desuella.

La sangre se prueba con la sangre, has escrito.

¿Es la hendidura nocturna tu pasado

en la estría más ebria del color de las valvas?

En este atrio descifrarás los indicios.

Como en el tiempo de los sobrevivientes,

una mujer recorre su casa hasta el polvo del derrumbe

sin salir de este umbral entreabierto en que naces

para advertir a los perseguidores la ley de un nuevo imperio.

Delator, vítreo, imantado,

llega el monstruo a unir desde su soledad

la misma soledad de todo,

a desenhebrar (escombro por escombro) los últimos vestigios

/de la historia inocente.

Cuando oyeres su voz, ¿escogerías al innombrable?

Se trata de resucitar el feroz oleaje de una aparición.

Los claustros fueron sumergidos.

Todavía hay cortezas, astillas, restos que escarban

la duración del muro en la palabra.

¿Arde el bosque cuando me abandonan?

Arde una ilimitada pupila en el escalofrío de mis hijos.

Un fénix resucita en Heliópolis.

Garza con larga cresta (nacida de ti mismo en los desiertos

/de Arabia,

rayo elevado desde el altar natural de un sicomoro,

nunca te sobornan el futuro voraz ni el cuerpo adolescente.

Mutarías el helecho abandonado, los siete escorpiones de Isis,

Nesret, la flamígera, con cetro y corona en nuestras tiendas,

el hormiguero sobre el rostro difunto.

Crespones del amanecer.

Ranuras donde bendecir el paso del amor,

su costado y su fusilamiento.

II

¿Pero he de contar sólo con palabras (resistente extrañeza)

/mi viaje por el fuego,

la trama que no he visto en la hojarasca?

Las incontables, marginales edades vienen hacia él.

No debo llorar sobre mis miembros desunidos,

tampoco reemplazarlos.

Limosa ficción, evaporan mis huesos.

Ya no exalto tu raza primigenia, tu aliento milenario,

el feroz acertijo debajo de los hierros.

Es cóncava y helada la habitación en que vives,

y vista desde arriba se dispersa en humo rojo.

¿Cómo llegaste a esa esfinge asombrada de perderte?

¿Por qué espiabas el nido de abubilla en el roble sagrado?

¿Dónde engarzaste el horror

del agua celeste corriendo por las tumbas?

Tantas preguntas frente al muro.

La criatura empuña su cuchillo,

pero no hay ciegos aquí que proclamen la pérdida oscura,

que comercien con apariciones hambrientas o beatíficas

sobre el altar de tus restos la sustancia.

Continúa la epopeya en las viejas hilanderías.

III

Pertenencias de la siempre duración,

escaleras abajo.

Veías las piedras candentes, las túnicas blancas,

la blanca cabeza coronada,

la víspera blanca reteniéndose entre las plumas del colibrí.

Sin embargo estabas inmóvil,

lastimada entre las circunvoluciones de la muerte.

Ramas de nardo vacilan junto al túmulo.

A eso hemos llegado, y es todo

IV

Pasó el cortejo como el cauce erizado de un río junto al peregrino. ¡Y por qué sale el musgo que no nombras de su boca marchita! ¡Y por qué la sombra en las ventanas, más envolvente y heroína que el viento golpeando contra el rumor de la profanación! Velante, agraviada por la desobediencia, con el aroma desconocido del mar, sus pies abandonan el invierno de las grandes ciudades.

Ya nunca esperes con tu desnudez ni puedas decirme el himno que fulmina con tristeza. Con otra mirada, háblame desde la fragilidad de las calas infantiles, desde el aroma invisible de una obscena dalia cortante. ¿Qué carne de esfinge se encarnó entre nosotros? Disueltas las moradas del día sobre los cuerpos. Cortadas las mordeduras. ¿Qué inválido dios, qué comediante es este intruso?

Desde mi nacimiento fui el espectador de las sombras chinescas. Sé que hubieron forasteros como tripulaciones de gritos en lámparas artificiales. Se introdujeron por olvido en el error erizado de una lágrima. Ahora me escoltan.

Gritos, tripulaciones de gritos bajo el vapor de las bujías y el que invoca. ¿Defenderán a sus sirvientes con medios tan mecánicos? ¿Conservarían las escamas ante el paso del sol negro?

Allí estaban mis siglos. Aún no marchitados por el óxido elemental de la añoranza, distintos y una, letanías para nadie en la memoria de la pérdida.

V

Almácigos de un cruel pronunciamiento.

¿Cómo es posible abandonarse hasta aquí,

aun a costa de perder la vigilia y sus metamorfosis?

Los mataderos exhalan el vaho.

Algunas veces te decían en sueños:

“Has nacido demasiado.

Has muerto demasiado en otras bocas”.

Otras murmuraban:

"Sé fiel hasta el horror.

Sé fiel hasta el fósil.

Sé fiel hasta el acaso."

V

La gran noche abrió su enloquecida distancia

antes de llegar.

VI

¿Quién puede decir que ha visto el mar, piadosas telarañas?

VII

¿Y por qué siempre te acompaño, de generación en generación,

más acá del fuego y del murmullo, yo, Manuel Lozano,

verdugo o luz que te comiera las vísceras

hasta la enamorada aberración del principio?

Porque una sombra se clava para siempre

y nos contempla.

Chartres, 27-IV-2001

Manuel Lozano
FIED
Presidente
Fied_bsas@arnet.com.ar

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* Derechos registrados.