Antonio Mercader:
Rugidos de léon
(entrevista)

Antonio Hohlfeldt:
Erico Verissimo: nem tão perto, nem tão longe

Biografia de Érico Veríssimo

O CENTRO CULTURAL ÉRICO VERÍSSIMO:
História do prédio

Obras de Érico Veríssimo

O sobrado

Antonio Mercader
RUGIDOS DE LÉON

Esta entrevista fue realizada en marzo de 1970 para la Revista Argentina “Siete Días”, de Editorial Abril de Argentina.

Su autor, el periodista Antonio Mercader, era entonces corresponsal de esa Revista en Uruguay. En tal condición viajó a Porto Alegre para entrevistarse con el escritor al que admiraba especialmente por su trilogía “El tiempo y el viento”, que todavía no se ha traducido al español.

Antonio Mercader fue más adelante Ministro de Educación y Cultura de Uruguay en dos ocasiones (1992-1995 y 2000-2002). Sigue ejerciendo el periodismo como columnista de Diario “El País” y en la Radio “El Espectador” de Montevideo.

Alto, de rostro enjuto y curtido por un sol benigno, extravertido como buen gaucho, tiene sin embargo en sus ojos el extraño brillo de los hombres del nordeste brasileño. Pero vive en el Sur, en Porto Alegre, en una casa española encumbrada sobre un morro que marca el límite donde la ciudad se pierde entre la vegetación. No puede estar sentado mucho tiempo sin levantarse, gesticular, bromear. Sólo se pone serio cuando se habla de literatura, el arte mayor que lo domina desde 1933, año en que publicó su primera novela, Fantoches. Desde entonces su vida se pierde en un laberinto de viajes por el mundo real y el irreal que traza con pasión en sus novelas, de rápida venta en su patria. Antes farmacéutico, comerciante; luego escritor, diplomático, conferencista y, finalmente, uno de los nombres más encumbrados de las letras brasileñas. Un título que rehuye con modestia y que tal vez le pesa cuando se le exige, como escritor, algo más que literatura.

Sus novelas – traducidas a nueve idiomas – componen un universo narrativo cuya tradición se rastrea en la generación que sigue al fascinante Machado de Assis: la de Azevedo, Pompeia y Coelho Neto, sus antecesores en la adhesión al naturalismo francés, corriente a la que arriba a través de su gran exponente portugués, Eça de Queiroz. Con ese bártulo sobre sus hombros, el más urbano y universal de los escritores sureños echa a andar por las tierras de Río Grande en una epopeya histórico-literaria que termina siendo –en 1970- la de todo Brasil.

“No aceptaré la censura previa porque no admito que cualquier político decida si puedo publicar una obra”, fue la frase más tajante de las muchas que Veríssimo (65 años, dos hijos, 20 libros publicados) disparó sobre Antonio Mercader, enviado de SIETE DIAS. El tema de la censura es una constante en la conversación del escritor, que ruge como un león cuantas veces se le menciona la medida dispuesta no hace mucho por el gobierno brasileño. Luego de su súbita inflexión de rebeldía, el autor de El tiempo y el viento accedió a desgranar el rosario de historias y pasiones que forman parte de su vida austera y de su poderosa capacidad creativa en un estilo que algunos llaman naturalista, pero que él define como neorrealista cuando piensa en su padre literario, Eça de Queiroz. Apenas implantada la censura previa de todas las publicaciones, Verissimo adoptó una posición política de franca rebeldía, una práctica que había desterrado después de los años 40, cuando combatió al “gobierno fascista de Getulio Vargas”. Lamentablemente, tuvo poco tiempo de ejercitar su militante descontento: una semana después de esta entrevista exclusiva con SIETE DIAS, una deficiencia cardíaca lo batió, sumiéndolo en un mundo de sopor, situado entre la inconsciencia y el coma, y que amenaza con arrebatarle la vida.

-¿En que escuela encuadraría su obra?

-En la primaria.

-Hablando en serio...

-En ninguna. Cuando comienzo un libro no pienso en ceñirme a una corriente y sus esquemas. Si tuviera que definirme diría que soy neorrealista: si, un neorrealista, un contador de historias reales, apasionado por el hombre y sus problemas.

-¿Sólo un contador de historias?

-Me gusta la ficción. No soy filósofo ni pensador. En literatura, es difícil separar el contenido de la forma. Mi contenido lo dan los personajes. Si la ontología asegura que el ser se revela en la existencia, los personajes literarios se revelan en la creación. Es lo que a mí me pasa. No soy un hombre inteligente. Reconozco en mi una habilidad artesanal que me ha dado resultados. En eso me parezco una cocinera de mi infancia: con un mínimo de ingredientes podía hacer una comida sabrosa. Una de mis mayores franquezas como novelista ha sido evitar encuentros demasiados íntimos con el MAL, o sea, cierta reticencia a lanzarme a las profundidades del alma humana. Dicho sea, con los debidos respetos a Dostoievsky. Dentro de mí hay una lucha permanente: por un lado, soy un poeta que nunca escribe versos; por otro, un satirista malicioso que se divierte con la comedia humana.

- Dicen que no es un estilista y hasta descuida la forma de sus novelas. ¿Es verdad?

- No lo creo. Le advierto que mis críticos brasileños hicieron conmigo lo que con tantos escritores: leyeron solo mis primeras obras y no me siguieron en las últimas. Fueron etapas distintas. Al principio, yo trabajaba en una farmacia de Cruz Alta y solo escribía los sábados. Luego, pude dedicarme a la literatura con tiempo para pulir y mejorar mi estilo.

- ¿No es malo pulir demasiado?

- No confunda. No soy un preciosista. El lenguaje no debe perder nunca su inspiración original. Ese es el oficio, el oficio del escritor que en definitiva es hablar con el hombre: un diálogo donde el tema brinda el estilo. Eso, a veces produce contrastes en la obra de algún escritor. Fíjese en Guimaraes Rosa, Cortázar...

- ¿Por qué Cortázar?

- Porque hay desniveles en su obra. Mire sus cuentos y sus novelas. Estas son demasiado elaboradas, con falta de espontaneidad. Le aclaro: es opinión de lector, no de crítico. Me gustan sus cuentos, “Casa tomada”, “La isla al mediodía”, “El perseguidor”, pero sus novelas son...irregulares.

-¿Qué opina de esa generación latinoamericana que Cortázar integra?

- Es brillante. Históricamente tendrá la proyección de un movimiento que hace época, inaugura un período y promueve toda una corriente literaria. Admiro especialmente a García Márquez por su imaginación y a Juan Rulfo por su personalidad. Entre los jóvenes he visto con satisfacción la obra de Vargas Llosa y Carlos Fuentes.

(A esta altura de la entrevista, la voz de Erico se ahoga en una tos ronca. Hace un gesto pidiendo que lo esperemos y desaparece por una pequeña puerta. Quince minutos después su esposa anuncia que se siente indispuesto y que lamenta dejar trunca la entrevista. La consternación es visible entre sus huéspedes, entre ellos una pareja de escritores que vino de San Pablo sólo para escucharlo. Cuando nos estamos por ir, sorpresivamente, el mismo Erico nos detiene con una sonrisa en los labios: “No hago nunca las cosas a media. Recuerden que “El tiempo y el viento” me costó doce años y un infarto”. La entrevista continúa.)

- En algunas novelas –quizá en “Caminos cruzados” – emplea una técnica que se calificó de cinematográfica. ¿Cree en una interrelación cine-literatura?

- En 1935, cuando escribí esa novela, el cine no era el poderoso instrumento de comunicación que es ahora. Su influencia en la vida y en la materia literaria era escasa. Hoy es distinto. El cine ganó en técnica y popularidad. Sé que el trabajo de muchos directores de cine influye a novelistas. ¿Por qué no a mí? Pero en “Caminos cruzados” usé una técnica distinta: era más un reportaje sin matices que otra cosa. Trabajaba además bajo la influencia de Aldous Huxley, un escritor que siempre me fascinó. Entonces, podía impresionarme más “Contrapunto”que una película de gran prestigio.

- La popularidad del cine ¿es deseable para la literatura?

- Conviene distinguir. Se dice que un escritor es popular cuando llega a un vasto sector de la sociedad, a su clase media especialmente. Otros afirman que es popular quien goza del favor de los intelectuales.

- ¿Para quienes escribe usted?

- Yo no escribo para nadie. Lo hago por necesidad, no por obligación. En esta etapa de mi vida siento que conté casi todas mis historias y cumplí un deber personal. No me siento por eso ni realizado ni frustrado. Algo me ha faltado, quizá porque nunca se escribe la novela soñada. Pero carezco de frustraciones. Logré algo tan difícil como es vivir en Brasil de los libros.

- Jorge Amado y Guimaraes Rosa también lo lograron.

- Se explica. Amado es un escritor delicioso. Un notable narrador que descubrió en sus novelas un camino literario de especial significación para nuestra literatura: la picaresca. En el fondo, una especie de gran poeta místico, de poeta de la tierra, tal vez algo rústico, pero así lo exigen sus temas. Respecto a Guimaraes, es más difícil opinar, porque hay que captar primero lo que llamo el universo rosiano. Un fenómeno muy similar al de Jorge Luis Borges, quien también tiene un universo cerrado, con claves personales.

- ¿Qué significa Borges para usted?

- Es un escritor trascendental. Para nuestro continente, algo similar a lo que fue Kafka en la literatura europea.

-¿Cómo define la misión del escritor?

- Sus objetivos son claros. Primero debe escribir bien. Además, debe hacerlo sobre el mundo que le rodea, con sus hombres, inmerso en su tiempo, en su sociedad. Debe presentar sus problemas. Esto es un deber ineludible que no excluye, es natural, la posibilidad de fantasía. Todo escritor tiene, por serlo, un compromiso de honestidad con esa cosa abstracta que, si existe, se llama literatura.

-¿Qué escribe actualmente?

- Una novela muy importante para mí porque cierra el ciclo que se llamaría de Porto Alegre y que se inicia con “Caminos Cruzados”, sigue con “El resto es silencio” y culmina con “El tiempo y el viento”. Una obra que en conjunto abarca dos décadas –del 50 al 70- aunque la acción real transcurra en sólo 24 horas. Cuando comencé a escribir esta novela abrumadora que fui soltando en capítulos, en “El continente” era como un aviador que volaba a gran altura sobre Río Grande del Sur: distinguía sus contornos sin detenerme en minucias. En “El retrato”, el avión perdió altura y vislumbré una especie de floresta; pero no reparé en los árboles. En “El Archipiélago”, en cambio, el avión había aterrizado y yo me encontraba a pie, perdido en la selva, obsesionado con un solo árbol. En esta fase final, la novela toma el carácter de una crónica detallada, lo que pone en peligro mortal a su calidad artística. Ya veremos cuando se publique.

-¿Publicada después de pasar por la censura previa que se acaba de implantar en su país?

(Se toma la cabeza con las manos. Camina nerviosamente y se detiene bruscamente. Al gritar, sus ojos negros brillan de ira)

-De ninguna manera. No aceptaré la censura previa porque no admito que cualquier policía decida si puedo publicar una obra. No aceptaré ese decreto y confío en que ningún escritor que merezca ese nombre lo haga. Aunque, por desgracia, pienso que tendré pocos imitadores. Digo por desgracia porque esta censura es nefasta, negativa. ¿Quién puede decidir si se publica una creación literaria? Ellos no entienden, no pueden entenderlo. Para decirlo en castellano: ¿qué puede el ingenio contra la falta de ingenio?

-Su decisión es sorprendente. Hace muchos años usted ha permanecido apartado de las posiciones políticas, alejado de la izquierda brasileña que lo califica con mucha dureza, en especial desde sus viajes por Estados Unidos.

-Es algo orgánico. Siempre se toman posiciones, aun involuntariamente. No creo en la literatura “engagée”. Siempre me río al recordar los tiempos de Stalin y el realismo socialista, cuando muchos hicieron poemas del dictador y sus conquistas. Luego se los comieron. Son políticos, no artistas. El novelista debe mostrar, no resolver problemas. Como dijo Kessler, su función es enseñar que un organismo está enfermo abriendo así el camino de su curación...

-¿América Latina es un organismo enfermo?

-Un enfermo grave. Tiene mala circulación, peor distribución, subnutrición y también, taras psíquicas.

-¿Los Estados Unidos son la causa o la panacea de esa enfermedad?

-Conozco bien los Estados Unidos. En la masa hay una ignorancia absoluta de nuestros problemas. Tan solo en ciertos núcleos universitarios hay una militancia continua contra la política oficial de los Estados Unidos en América latina.

-¿Qué significa el Che Guevara?

-Debió preguntarme por lo que significa el “mito Guevara”. Como líder político no me interesa. Como hombre, puedo respetarlo un poco más después de su muerte. Pero no quiero hablar de política, porque no me importa. Además en ese terreno tengo demasiados errores acumulados.

-¿Cuáles por ejemplo?

-Uno de ellos, depositar excesiva confianza en Janio Quadros cuando todos me advertían su inestabilidad emocional. Su renuncia me decepcionó profundamente. Otro: en varias conferencias en E.E.U.U., antes de 1964, afirmé convencido que ningún ejército latinoamericano respetaría tanto la Constitución como el brasileño. ¡Vean las vueltas de la vida! En 1965, cuando los rusos invadieron Hungría me indigné. Cuando alguien me dijo que en circunstancias similares los E.E.U.U. hubieran actuado de la misma forma, lo negué rotundamente. Con las intervenciones norteamericanas en Vietnam y Santo Domingo tuve que morderme la lengua. También he cometido actos de cobardía política, principalmente entre 1935 y 1945, cuando encabecé con mi firma ciertos manifiestos políticos con los cuales concordaba, pero que terminaban siendo una bandera para ciertos partidos extremistas que detesto. Se trataba de definiciones antifascistas. Era un momento muy difícil para nosotros porque en nazismo avanzaba en Europa, y en Argentina, y Brasil simpatizaba con ese movimiento. Debí negarme a firmar manifiestos porque eran utilizados. Tuve miedo de que pensaran que tenía miedo de asumir una postura política peligrosa. Me costó aprender que a veces es preciso tener el coraje de pasar por cobarde. Por todo eso, ahora prefiero estar lejos de la política.

-Pero ahora, al rechazar la censura, vuelve a tomar una posición política.

-No es una posición política, sino una posición de decencia personal. ¡No quiero más política, por Dios!

-¿Usted es católico?

-Soy cristiano, no católico. Infelizmente no tengo fe, esa fe que tantos necesitan.

-¿Usted la necesita?

-No. Mejor es no necesitarla.

-Pero sus personajes sí la necesitan.

-Es distinto. Yo tomo al hombre con su carga de mitos y creencias, con todos sus miedos y sus defectos. En Brasil, el sentimiento religioso existe y hay que aceptarlo.

-¿Es importante?

-No lo creo. No hay un verdadero sentimiento religioso en Brasil. La religión del brasileño es en verdad puro formalismo derivado de su miedo al infierno y de un hábito secular. No es más que un simple y ventajoso negocio con Dios a fin de acreditarse la eternidad. Buen negocio, sin duda.

-¿A los 65 años, siente que su obra está completa y que puede morir tranquilo?

-En morir no pienso por ahora. En cuanto a mi obra, estoy convencido que el aprendizaje literario jamás termina: el talento puro no existe. Lo que más se acerca a mi ideal es “El tiempo y el viento”, una trilogía que escribí quizá para conocer mejor a Río Grande del Sur, mi estado natal, y a su gente. A través de ese trabajo aprendí a quererlo y supe que era mentira aquella mitología barata que me enseñaron en la escuela con frases horribles como “centauro de las pampas”, “rey de las cuchillas”, etc. Si contribuí a eliminar esa imagen torcida de esta tierra me siento satisfecho.

Antonio Mercader
Revista Siete Días nº 152
Buenos Aires, 6 de marzo de 1970

 
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