La lucidez supera a la inteligencia

FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES


De país en país cuando hablo de la lucidez todos se asombran. Sí, en cada uno de los países de tres continentes donde, a lo largo de mis cursos de comunicación y de oralidad, he hablado de la lucidez, todos los participantes, de uno u de otro modo, se han asombrado.

Y lo curioso es que este asombro se ha producido, y se produce, en sectores sociales muy distintos, y a cualquier nivel económico, educacional y cultural.

Ante el tema de la lucidez se asombran, y, lo que es más, se inquietan: profesores y catedráticos universitarios y empresarios; altos dirigentes de diversas esferas y expertos en cooperación internacional; ingenieros informáticos y artistas de las más diversas ramas; psicólogos y filólogos; médicos y economistas; estudiantes de ciencias y tecnología y doctores en humanidades; periodistas y antropólogos; sociólogos e historiadores; directivos de organismos y ejecutivos de finanzas a escala mundial; muchos de ellos de gran prestigio.

Lo primero que ocurre en esos encuentros es que cuando señalo a la lucidez como un valor, y pido una definición de la lucidez a los participantes, el salón se llena de silencio.

¿Dónde está la trampa?, piensan de inmediato sobresaltados. Y el error grave no es el que alguien puede cometer si se arriesga a participar, a opinar, a comunicarse.

La lucidez evidencia que el auténtico error es no arriesgarse a interaccionar.

El silencio tiene en ese instante el mismo peso en América que en Europa o África; se deja sentir muy similar en Madrid y Barcelona y Bilbao y Cádiz y Buenos Aires y San José; en El Cairo y México D. F. y Montevideo; en Ginebra y Oporto; en Helsinki y Tallin; porque frente a un pedido de definición de la lucidez todos sienten que no pueden definirla de inmediato.

Cuando, pasado un tiempo de silencio, y con participantes que van de los veinticinco a los quinientos o más, explico que la calidad de un proceso de comunicación y de oralidad depende de las dos partes interlocutoras y, por tanto; de las intervenciones y respuestas de los participantes; cuando insisto en que arriesgarse es lo que corresponde porque lo grave no es errar sino no interaccionar; si logro por fin obtener una insegura respuesta, quien responde e intenta definir a la lucidez casi siempre la identifica del todo con la inteligencia. Y, de haber una trampa, ésa es.

Porque la lucidez es distinta a la inteligencia, y la supera.

Remarco: La lucidez permite comprender que la calidad de un proceso de comunicación depende tanto de quien está hablando como de la actitud positiva de quien escucha y puede tomar la palabra.

De encuentro en encuentro pues he ido compartiendo numerosos de los pensamientos que me propongo reunir en un libro.

Las numerosas definiciones que he escrito y muchas otras de mis afirmaciones conceptuales de distintos moldes, me han acompañado a lo largo de los años, una y otra vez, cuando intento explicarme, y explicar, en

conferencias, sesiones docentes, clases magistrales y espectáculos, entrevistas con la prensa y conversaciones, mi visión del mundo.

Una definición como: El amor es canción para estar vivos, desprendida ternura, rompeolas… me ha servido y sé que ha servido a otros: como prisma para el amor, o para entenderlo con mayor profundidad, o para defenderlo ante el desamor y la incomunicación, ante la desconfianza y la desesperanza.

Desde siempre los seres humanos hemos requerido definirlo todo, incluso aquello tan difícilmente definible como el amor, o como estas otras realidades y misterios: la soledad, la memoria, el miedo, la mentira… Así como lo más definible, y tan necesariamente definible, como la comunicación, la oralidad… entre más.

Los seres humanos requerimos no únicamente definir, requerimos normar. Las definiciones, normas y otras afirmaciones conceptuales nos permiten entender, como totalidad, el mundo que nos rodea y a sus componentes. Nos dan seguridad, nos inscriben en la realidad y nos acercan a la verdad. Nos permiten relacionar y reflexionar, conocer y conocernos, crear.

Las definiciones poéticas, por su elevado nivel de significaciones, sugerencias, extrapolaciones, amplían considerablemente la comprensión y sus análisis, y sus sentimientos, sensaciones, resonancias.

En mis pensamientos y criterios, mucho de los acentos están en la complejidad de los sentimientos y de los razonamientos, y en las imprescindibles proporciones entre unos y otros que permiten equilibrios para una mayor calidad de vida, así como para una mayor calidad en las relaciones y, tanto, en la relación amorosa de cada pareja; todo en búsqueda de genuina condición humana, congruencia, consistencia y permanencia.

Mis aforismos, valoraciones, definiciones, anti definiciones y otras y disímiles afirmaciones mías, son una apuesta por la vida, por la hondura múltiple e infinita del amor y del amor de pareja, por la capacidad de la razón para mejorar nuestro universo y el de aquellas y aquellos con quienes lo compartimos.

 

La lucidez es el talismán

Aforismos, criterios, definiciones, dichos, conceptualizaciones y lemas en suma, son tanto resultados de la lucidez, como lentes y nuevos cauces.

La lucidez es el más portentoso de los talismanes posibles.

No un talismán cualquiera.

La lucidez es un talismán que alcanzado adentro por cada uno de nosotros, y, accionado afuera, nunca falla.

Porque la lucidez es el billete premiado que, con toda seguridad, elegimos.

No es la lucidez un, supuestamente, sobrenatural amuleto.

No es un poder externo sino un estado interno.

No es la lucidez, el talismán de poderío impredecible que encontramos por azar o que recibimos de unas manos, supuestamente, tocadas por la gracia.

Tampoco la lucidez es el billete premiado que siempre pertenece a otro, que siempre se agita en otra mano. La lucidez es nuestro billete. Nuestro billete de riqueza. Y, a la par, un billete de viaje: el de la decisiones acertadas, las acciones acertadas, la felicidad. El billete para el viaje de la calidad de vida. Y para el éxito personal, profesional, social.

 

¿Cómo definir la lucidez?

Una respuesta posible para comenzar a definir la lucidez sería:

La lucidez es ese estado donde todo lo inauténtico se nos descubre.

Es la lucidez ese estado de clarividencia donde descubrimos todo lo falso, incongruente, inconsistente o desacertado.

La lucidez, en suma, es un estado de sabiduría.

Un estado no permanente que siempre debe ser alcanzado una y otra vez.

Cuidado, la lucidez es aún más.

Y está la lucidez en el interior de la conciencia, de cada conciencia, y al alcance de muchos. Y de quien lee estas páginas. Seguro quien lee ya ha estado lúcido o lúcida. Seguro ya ha accionado con lucidez. Muchas veces. Aunque tal vez no todas las veces posibles. Tal vez no ha accionado con lucidez en todas las ocasiones necesarias para la calidad de vida, la felicidad, y la eficacia y el ascenso profesional. Para de verdad comprender.

Es esencial la comprensión de que, de inicio, la lucidez significa autenticidad, intuición, clarividencia, sabiduría. El recorrido que garantiza alcanzar la lucidez corresponde a la reflexión, la objetividad, el análisis, entre tanto de la experiencia y de lo positivo.

Prácticamente todos podemos ser capaces de estar lúcidos y de accionar con lucidez. Pero muchas veces, confiados en nuestra inteligencia, no nos proponemos como objetivo la lucidez. Como meta y, a la par, pista de inédito despegue.

 

La lucidez es ser y estar sin máscara

La lucidez indica que los túneles pueden ser solo la parte más oscura del paisaje.

En la página anterior he escrito: “Seguro ya ha accionado con lucidez.” Y lo he hecho, utilizando el término “accionado”, y no así utilizando “actuado”, con toda intención. Por supuesto que no con la intención de ser rebuscado, o artificioso, o de ser un poco más original o menos coloquial. Ni siquiera lo he hecho por algo así como defender la pureza del lenguaje. He escrito “accionado” como un acto de lucidez. Y es que “accionar” y “actuar” en verdad no son, no deben considerarse, sinónimos.

“Actuar” es un término muy específico. Su definición es y debiera hacerse desde el ámbito al que pertenece, el de la caracterización teatral. El referente del teatro y, en especial hoy en día, del cine y de la televisión, entre otros, es un referente muy fuerte en nuestras sociedades. En esos espacios y medios se crean personajes, se actúa. Y todos solemos tener muy presente lo que es una actuación en un escenario. Por tanto si hubiera escrito: “Seguro ya has actuado con lucidez”, ¿cómo se sabría lo que yo estaba en realidad señalando o intentando señalar? ¿Sería mi intención, en el caso de que hubiera utilizado el verbo “actuar”, la de sugerir que para ser lúcido hay que crear un personaje o máscara?

Cuando de un político se dice que ha “actuado”… ¿Qué se dice? ¿Qué ha accionado? ¿O que no ha sido él sino un personaje que él se ha montado el

que ha hecho o dicho eso o aquello?

¿Hay que actuar en la vida? Definitivamente no.

Lo que hay que hacer desde la lucidez es accionar

y no actuar. Ser quien se es –siempre en el intento de ser mejor– sin ocultarse detrás de una máscara.

Escribí “accionado” justo como un acto de lucidez, y para que no hubiera dudas.

Porque es uno, la individualidad que cada cual es, quien en un instante determinado está lúcido, y, por tanto, pudiera decirse por extensión que, en ese momento, sólo en ese momento, “es” lúcido, cuando en verdad nunca se es: se está lúcido o lúcida.

No, el lúcido no es un personaje que uno caracteriza teatralmente. Y detrás del que uno se esconde. La lucidez no es una máscara. Nunca es una farsa. No admite caracterizaciones y por tanto uno no “actúa” lúcidamente. Uno no se vuelve otro para ser lúcido. Uno tiene que ser uno mismo en pos del mejoramiento, y estar en el perfeccionamiento como uno mismo para accionar con lucidez.

La inteligencia no es la lucidez. La inteligencia es algo de lo que se está más o menos dotado. Y, por el contrario, la lucidez se consigue o no a cada paso, cada vez que se trata de algo significativo.

La lucidez involucra a la inteligencia. Pero estar lúcido es más que ser inteligente.

La lucidez debiera estar presente ante y en cada decisión y acción.

Debiera la lucidez constituir un propósito, un reto, una meta, una conquista personal, y un nuevo inicio.

 

La lucidez es más total que la inteligencia

Hay que tener oído para la música de las palabras. Para su música interior.

Y hablar con exactitud.

Emplear las palabras con lucidez.

Respetar las palabras.

Cumplir con la palabra dada.

Cualquier diccionario dice aproximadamente para definir la inteligencia:

“Entendimiento, potencia intelectiva,

facultad y acción de entender”.

Y cualquier diccionario dice aproximadamente para definir la lucidez:

“Claridad en el razonamiento,

en el lenguaje, en la acción.

Calidad de lúcido o lúcida.”

Yo añadiría en cuanto a la lucidez:

Alcanzar el razonar y sentir,

pensar, decidir y accionar

desde lo más alto de la escala humana

con gran brillantez.

Tomamos poco en cuenta la definición exacta de las palabras, y las utilizamos casi de cualquier manera y con despreocupación, no obstante que el conocimiento exacto del significado de las palabras nos enriquece y, sobre todo, nos permite ser precisos y esperar precisión.

Precisión que, en las relaciones humanas, y en nuestras sociedades de escritura y medios audiovisuales e interactivos, tan complejas y cada vez menos orales, se vuelve cada día más aconsejable y útil, porque ser precisos y esperar precisión facilita el comprender y ser comprendidos, que es más, como concepto de lo comunicacional, que entender y ser entendidos (por aquello tan lúcido de la psicología francesa de que “la auténtica comunicación es comprender y ser comprendido” y no solamente el proceso entre interlocutores de interaccionar).

La lucidez es un estado y una conducta a elegir. Aunque lo acumulado como intuición, valores, saber, vivencias, experiencias, recursos, entre otras sumas de nuestro paisaje interior, nos puede conducir por excepción a accionar con lucidez de modo instintivo.

Pasar cada vez más de lo intuitivo a lo consciente en el terreno de la lucidez será nuestro talismán: una ganancia deseable.

 

Ahondando más sobre lucidez e inteligencia

La lucidez es una dimensión, posible al ser humano, más total que su inteligencia.

Pero allí donde pudiera asumirse la inteligencia como una característica permanente en uno u otro grado en cada individuo; por el contrario la lucidez es, en cada individuo y cada vez, fugaz.

Y es que la lucidez, en tanto que no se tiene como si se tiene la inteligencia, puede estar presente en el individuo y sus acciones o no.

Reparar en que el diccionario habla de “claridad”, de “calidad”, y no habla de “cualidad” o de “condición de lúcido” al definir la lucidez.

Se puede haber alcanzado la lucidez o no al analizar, tomar una decisión y ponerla en práctica.

Y si algo hacemos continuamente es tomar decisiones, las más diversas e incidentes decisiones en nuestra vida y su desarrollo. En nuestro trabajo y para el desempeño de nuestras responsabilidades. Y decisiones tomadas a veces en tres segundos cambian de manera significativa en positivo o en negativo nuestra existencia, nuestro presente y futuro social, profesional; y transforman, positiva o negativamente, presente y futuro de quienes dependen en forma directa de cada uno de nosotros.

Y, lo que es más, decisiones tomadas en un tiempo tan breve, tan fugaz como tres segundos, transforman, positiva o negativamente, presente y futuro de aquellos que amamos y a los que deseamos proteger y hacer felices.

Es claro entonces que tres segundos de lucidez pueden ser, y son, con frecuencia, imprescindibles, determinantes, vitales.

Para esos tres segundos determinantes, el haber interiorizado aforismos, criterios, definiciones, dichos, conceptualizaciones como condensaciones de la

experiencia y del saber, pueden ser vitales.

Ya he afirmado que se puede ser inteligente y no estar lúcido. Y escribo “estar” porque así como la inteligencia que tenemos es parte de lo que intrínsecamente somos y puede comprenderse que, al ser, de hecho está; la lucidez –y no desisto de reiterarlo– no.

Creerse que se es lúcido, constituye un riesgo que puede tener consecuencias negativas. Que puede hacernos acumular fracasos y frustraciones, e impedirnos la decisión de estar lúcidos: de crear dentro de nosotros un estado de lucidez para accionar en consecuencia y con garantías de éxito.

De donde si no es fundamental a cada paso ser conscientes de nuestra inteligencia; sí es fundamental ser conscientes, en cada ocasión relevante, de que necesitamos estar lúcidos.

Y, si aceptamos que la lucidez no es la inteligencia, no obstante el mayor o menor temor o inseguridad que de inicio esta aceptación nos cause…

Si aceptamos que la lucidez no nos pertenece y no forma parte constante de cada uno…

Si lo aceptamos, necesitamos sin excusas definir qué es la lucidez y cómo se consigue. Necesitamos tener un concepto diáfano de la lucidez, comprender su esencia, evaluar su extraordinaria importancia.

Necesitamos no confiarnos en nuestra inteligencia, ésa que nos ha permitido vivir, estudiar, graduarnos en una carrera universitaria, entender y trabajar, ejecutar o dirigir. Necesitamos tener absolutamente presente a la lucidez. Necesitamos estar lúcidos. Dar forma al estado de lucidez. Necesitamos tener consciente, y no ausente, el peso decisivo de la lucidez para la felicidad y el éxito en todas nuestras relaciones, en nuestra comunicación, en nuestros intercambios, en nuestras negociaciones, en nuestros acuerdos, en nuestros actos.

Nuestra lucidez protege a los que amamos. Nos beneficia y beneficia a quienes deseamos ver felices.

Tres segundos de lucidez pueden permitirnos un éxito que transforme nuestra vida, o que se extienda beneficiosamente a lo largo de nuestra existencia.

 

La lucidez es sentimiento y sensibilidad

Entre lo primero que se necesita para estar en condiciones de accionar con lucidez están el sentimiento y la sensibilidad. Desde los tiempos más antiguos, la sabiduría de las narraciones, que es la sabiduría de los pueblos, considera casi por igual al sentimiento y a la sensibilidad, y los asume no sólo como sumas sino como necesidades humanas.

Sentir y sensibilizarse diáfana y hondamente son, además de sumas y necesidades, condiciones ineludibles si se desea calidad de vida y salud, felicidad y éxito; si se piensa en términos de continuo desarrollo y avances humanos.

Nuestras sociedades cada vez más están generalizadamente de acuerdo, coinciden, en la necesidad de sentir. Y, coinciden, en la urgencia de expresar y comunicar los sentimientos.

La lucidez no es posible sin sentimiento y sensibilidad. Sin la arriesgada y diáfana expresión y comunicación tanto del sentimiento como de la sensibilidad. Sentimientos y sensibilidad enmarcados por la fortaleza interior y la firmeza de carácter.

Pero la comprensión del legado que representa ser sensible, de la necesidad de ser sensible, y de que no hay calidad de vida ni felicidad ni éxito verdadero sin sensibilidad, no goza en nuestras sociedades contemporáneas de la misma comprensión, difusión, puesta en práctica.

No olvidarlo: La sensibilidad propicia la lucidez.

 

La lucidez es imaginación y creación

Entre lo primero que se necesita para estar en condiciones de accionar con lucidez está la imaginación. Y es que… La imaginación es camino de futuro.

Lo ha sido desde siempre, desde que los humanos somos humanos. La imaginación, al narrar acerca de las botas de siete leguas de Pulgarcito, preanunció la creación del automóvil.

Pero antes que su capacidad de anticipación, la imaginación tiene otros valores.

Y es que imaginar es relacionar.

Se imagina desde el paisaje interior de cada cual.

Y para imaginar se relacionan vivencias y conocimientos muy diferentes entre sí, por lo que imaginar y relacionar son cualidades altamente vinculadas al poder creador.

¿Qué están haciendo en este instante los descubridores del futuro en el campo de la medicina o de la cosmonáutica o de la informática o del arte o la antropología o la economía? Están imaginando y aprendiendo. E intentando estar lúcidos en la mayor cantidad de ocasiones.

Imaginación, reinvención, invención, innovación, creación, son necesarias al talismán que es la lucidez.

Imaginar en muchas ocasiones es un aviso del futuro y un testimonio de las necesidades del presente a solucionar.

Y en efecto: Imaginar es un camino para construir el futuro y para anticiparlo. Imaginar es construir vínculos, interconectar, revelar, construir y, en mucho, es fundar. Relacionar hace factible la creación hecha por el talento, la habilidad del innovador, la destreza del conocedor, la eficacia del ejecutivo, las sugerencias y las decisiones del directivo.

La lucidez no admite el inmovilismo.

Y poco hay tan movible en el universo, poco existe de movimiento tan veloz, como la imaginación.

Nos han hecho creer que la imaginación está circunscripta al terreno de lo literario y artístico, cuando la imaginación tiene que ver con todo y con su más dinámico desarrollo, ascenso, resultados. Nos han hecho avergonzarnos de ser imaginativos. De nuestro imaginario. Nos han llevado a despreciar a la imaginación. Cuando desde siempre son los imaginativos los que producen la materia prima para moldear el futuro y para inaugurarlo con originalidad. Son los imaginativos los que más pronto resuelven los problemas y superan las dificultades.

Imaginación y lucidez aportan seguridad, y son excelentes instrumentos

defensivos con los cuales nadie es pequeño o débil o está indefenso o sin soluciones.

La lucidez no admite el inmovilismo, ni los esquematismos, ni las cuadraturas. La lucidez es del reino del movimiento, de la transformación, de la innovación y de la flexibilidad.

La lucidez es un estado

que elige comunicarse

y estar muy informado

La lucidez es ese estado donde no basta estar en relación con los otros, sino en que uno pretende comunicarse. Estar en relación puede llegar a incluir la interacción entre dos o más humanos, pero la comunicación, que tal como se afirma siempre es humana, y que no debe confundirse con las “técnicas”, debe significar y ser más que relacionarse, más que un simple interaccionar sin calidad.

Ya otros teóricos han dicho que la comunicación es una esfera elevada de relación que da forma al comprender y ser comprendido.

Y han insistido en que comunicar, comunicarse, no significa estar necesariamente de acuerdo con los otros, ni forzosamente llegar a acuerdos.

Añado que, comunicarse, comprender y ser comprendido, sólo es posible desde la lucidez.

Aforismos, criterios, definiciones, dichos, conceptualizaciones son instrumentos para la comunicación.

Estoy convencido de que comunicarse desde la lucidez significa elección, honestidad, crecimiento mutuo, intercambio óptimo desde la potenciación de las coincidencias. Comunicarse es el resultado de haber dado y recibido, y de, en el recibir, haber comprendido y haber admitido.

Así como la lucidez, entre relación y comunicación elige comunicarse, la comunicación en términos de comprender y ser comprendido, de influir y ser influido, elige la lucidez.

Y es que la comunicación no existe sin la lucidez.

En mucho, comunicarse es el resultado de admitir desde nuestro irrepetible paisaje interior que los otros, con igual derecho desde sus irrepetibles paisajes interiores, pueden tener criterios, intereses, modos y acciones diferentes a los nuestros y también, en muy diversas ocasiones, tener la razón.

Esta comprensión tolerante, que no transigente con lo negativo o inconveniente o desacertado, no implica que no expongamos nuestra manera de ver y entender y, hasta de anhelar, el mundo; ni significa que no la construyamos.

Hablo de lucidez, de convivencia, de tolerancia, de admisión de las diferencias, de propósito de colaboración. No hablo de necesariamente estar de acuerdo o de ser de la misma opinión.

Hablo de dar prioridad a las concordancias desde la aceptación de las diferencias.

Si el nivel educacional puede ser muy determinante para la lucidez y la comunicación; la cultura y la información son importantes a ese deseable estar lúcido y comunicativo, porque el nivel cultural de un ser humano y su nivel de información no sólo le aportan en conocimientos, apertura, amplitud, profundidad y horizontes sin límites, sino que le aportan por una parte en cuanto a sensibilidad, y, por otra, en cuanto a capacidad para valorar de manera óptima lo que posee, utilizarlo e intercambiarlo.

El nivel cultural de un ser humano está relacionado con su sentido de la tolerancia y con su capacidad creadora y de crecimiento, que, por cierto, tanto dependen de la lucidez.

Mayor educación, información, cultura, suele ser igual a mayor sensibilidad, lucidez y comunicación, y a mayor sentido del humor.

Y muy relacionado, el nivel cultural, con algo de gran relevancia: el sentido del humor.

Sin lucidez y sin comunicación no hay calidad de vida y salud.

La lucidez y la comunicación son imprescindibles para el bienestar, la felicidad, el triunfo, el progreso.

Urge continuamente una reflexión lúcida sobre la complejidad y riqueza de la vida. E insistir en que la lucidez necesita de la congruencia, y, de algo que solemos tener menos consciente, necesita siempre de la consistencia.

 

Definición total de lucidez

He avanzado a lo largo de estas páginas en la intención de definir la lucidez. Decidido, de una vez y por todas, a definir “lucidez” afirmo:

Lucidez:

Estado de conciencia a alcanzar en que existe un equilibrio, en continua adecuación: entre razón y sentimiento, entre sensibilidad y análisis. Un equilibrio entre lo objetivo y lo subjetivo, lo general y lo particular, lo colectivo y lo individual. Un equilibrio entre los propios criterios, motivos, intereses, modos y acciones y el respeto a los derechos de los otros. Un equilibrio que significa una dimensión que es superior a la inteligencia, y que significa: autenticidad, intuición, clarividencia, sabiduría, originalidad e innovación, poder creador. Todo lo que permite estar lúcido o lúcida: pensar, decidir y accionar con claridad y calidad, con imaginación e invención, con seguridad y eficacia, y con éxito. Todo lo que permite, estando lúcido o lúcida: participar, interaccionar, colaborar y comunicar desde una actitud positiva, con sentido del humor y con optimismo, con ingenio, acierto, desarrollo, brillantez. Todo lo que permite, estando lúcido o lúcida: potenciar los valores y derechos humanos, y potenciar

la tolerancia y el amor. Todo lo que posibilita respecto a la individualidad que uno es, en cuanto a cada tema, asunto o suceso, en comunicación con cada persona, en cada circunstancia o contexto, y en cada espacio físico: elegir la mejor de las reflexiones posibles, el mejor de los análisis posibles, el mejor de los criterios posibles, la mejor de la decisiones posibles, la mejor de las acciones posibles, y la mejor de las innovaciones posibles.

La lucidez es una potenciación del consciente.La permanencia de la lucidez está en el resultado exitoso de sus acciones y en la felicidad que aporte. Está en sus resonancias.

La lucidez es el talismán a encontrar cada vez en nuestra conciencia.

El talismán del éxito personal, profesional, social. Con el talismán de la lucidez somos en ese estado más creadores e innovadores, y más emprendedores.

Con el talismán de la lucidez somos más humanos.


Francisco Garzón Céspedes (Camagüey, Cuba, 1947). Actualmente también español con doble nacionalidad y residente en Madrid). Escritor, periodista, comunicólogo y hombre de la escena. Creador de la narración oral escénica. Y del Sistema Modular de Creación. Condecorado gubernamentalmente y con numerosos premios y reconocimientos por el mundo. Fundador y por años Director General de la Cátedra Iberoamericana Itinerante de NOE (CIINOE) y de sus eventos en varios países de dos continentes. De sus 52 libros publicados impresos, y de otros digitales, un número significativo corresponde a teoría y técnica de la oralidad escénica y la comunicación.