MYTHOS Y LOGOS EN LA HISTORIA DEL RACISMO CIENTÍFICO:
LA BIOLOGÍA RACIAL EVOLUCIONISTA EN PORTUGAL Y BRASIL (1859-1900)
Juanma Sánchez Arteaga

INDEX

- Introducción: el «no-occidental» y el mito del «selvage» en la historia de la Antropología naturalista europea

- Antropología simbólica de la idea científica del eslabón perdido: racismo científico y evolucionismo en Brasil y Portugal (1859-1900).

- Conclusiones: la biología humana como forma histórica de mitología e ideología

- Notas bibliográficas

Introducción: el «no-occidental» y el mito del «selvage»
en la historia de la Antropología naturalista europea

En su Libro de las ninfas, silfos, pigmeos y salamandras -quizas la primera obra europea destinada por entero a describir la existencia real de los seres <<salvajes>>, (esto es, medio humanos, medio animales) descritos en la tradición mitológica europea- Paracelso todavía no identificaba a estos salvajes –que consideraba como evidentemente reales- con los habitantes de otras regiones del planeta. De hecho, todas sus criaturas salvajes se encontraban ubicadas en lo más profundo de la naturaleza europea. Sin embargo, en otros escritos de índole antropológico, Paracelso hablaba de los indígenas américanos recientemente “descubiertos”, en términos análogos a los utilizados por él mismo para referirse a sus seres mitológicos. Según Paracelso, los indígenas americanos habían nacido <<después del diluvio, y tal vez no tienen alma; en el habla parecen loros>>(1). Además, el médico suizo afirmaba que no podía creerse que tales gentes descendieran –como los europeos- de Adán y de Eva. Así, el presupuesto básico de la que, en el cientifista siglo XIX, llegaría a conocerse como antropología poligenista –es decir, que la raza bl06-Jun-2006diferente al resto- puede retrotraerse al menos a las especulaciones mitológicas de Paracelso acerca del carácter salvaje de las poblaciones amerindias:

<<Es más probable que desciendan de otro Adán, ya que nadie probará fácilmente que tienen parentesco carnal o sanguíneo con nosotros>>(2).

Ya en el siglo XVII, la idea de que el “hombre blanco” no podía haber surgido de la misma cuna que los indígenas americanos, africanos, etc., fue adquiriendo una importancia creciente entre los naturalistas, quienes trataron de aportar soluciones científicas para el misterio de la antropogenia, es decir, para el problema de la aparición del género humano y su extraordinaria diversificación racial. Como señalan Brace y Montagu (3),

<<el siglo XVII había producido una variedad de estimaciones para la cantidad de tiempo que, presumiblemente, había transcurrido desde la creación, todas ellas cercanas a los seis mil años, o incluso menos. Aunque esto parecía un periodo de tiempo muy largo para muchos, resultaba desconfortantemente corto para aquellos que, contemplando las pieles negras y los cabellos lanosos de los aborígenes africanos, trataban de imaginarse cómo estas características pudieron haberse originado a partir de los rasgos blancos de Adán y de Eva, tal y como estos aparecían representados en las pinturas religiosas del viejo mundo>>(4).

Sin dar todavía una interpretación evolucionista a la variabilidad morfológica en la especie humana, para muchos de los principales naturalistas del siglo XVII los “no occidentales” se transformaron simbólicamente en extrañas criaturas perdidas en la frontera de lo humano, similares, en este sentido, a los demás simios. Por ejemplo, el famoso mono cercopiteco que, blandiendo un garrote, aparecía representado en la Historia animalium de Conrad Gesner, fue descrito como un auténtico <<hombre salvaje>> en estos términos:

<<Es un animal feroz, pero de una inteligencia tal que podría decirse que algunos hombres le son inferiores en este aspecto: ciertamente no entre nuestros conciudadanos, sino entre los bárbaros que habitan regiones de climas inhóspitos, como los etíopes, los númidas y los lapones>>(5).

 Un siglo después, Aldrovandi (6) repetía una idéntica asociación entre el mono cercopiteco, caracterizado ahora como Homo sylvaticus, y los habitantes humanos de tierras remotas. El propio Aldrovandi, algo más tarde, en su Monstruorum historia, onírico y fascinante trabajo sobre la historia natural de los monstruos, clasificó a <<caníbales y pigmeos>> al lado de <<hombres y mujeres silvestres>> (7). La opinión de que todas estas formas humanas (o semihumanas) gozaban de una naturaleza esencialmente distinta a la de los pueblos del viejo continente, iba ganando peso en la tradición antropológica occidental. Pero estas cuestiones adquirieron una inusitada notoriedad pública a mediados de siglo XVII, cuando, en 1655, Isaac de la Peyrere –quien, más tarde, sería considerado por los antropólogos poligenistas decimonónicos como <<el primero que francamente se erigió en campeón de la multiplicidad de especies humanas>>(8) -, publicó un opúsculo titulado Praeadamitae, en el que se daba detalle de las <<condiciones de los primeros hombres antes de Adán>> (9). El escándalo provocado por esta obra de La Peyrere -que enseguida publicó otro libro sobre el mismo tema, todavía más detallado que el anterior (10) -, alcanzó tanto a los pensadores religiosos ortodoxos como a los sabios y naturalistas más avanzados de su tiempo. El mismo año de su aparición, su Sistema teológico sobre la hipótesis preadamítica fue traducido a varias lenguas. Enseguida aparecieron innumerables trabajos para condenar las herejías peyrerianas, hasta el punto de que el mismo de la Peyrere fue juzgado por la inquisición y se vio obligado a desdecirse ante el Papa Alejandro VII (11).

El argumento de La Peyrere se basaba en una interpretación antropológica del Génesis, y su principal conclusión era que el relato bíblico narraba únicamente <<la historia del pueblo judío, y no la de todos los hombres en general>>(12). Lo cierto era que, en el capítulo quinto del Génesis, <<los hijos de Dios aparecen representados como las razas de Adán, y los hijos de los hombres como las razas no adámicas>>(13). Además, en ese mismo capítulo, el Génesis explicaba cómo Caín, expulsado del edén, teme ser muerto por cualquiera que le hallare, de forma que Dios marca a Caín con una señal y declara que, si alguien acabara con la vida del fraticida, sería siete veces castigado. Posteriormente, el libro especificaba cómo Caín se estableció en el país de Nod, al oriente del edén, donde pronto conoció a su mujer y, apenas tuvo un hijo, estableció una ciudad. De la Peyrere sostenía, además, que de una lectura atenta del capítulo décimo -cuando el Génesis hablaba del destino corrido por la familia de Noé tras el diluvio- podía concluirse que toda la descendencia de éste habría originado exclusivamente a los semitas y otros miembros de la “raza blanca”, si bien no a todos <<pues no menciona a los persas, a los bactrianos ni a los indios, y por el occidente, no pasa del mar Egeo>>(14). En definitiva, la teoría defendida por La Peyrere sostenía que las poblaciones africanas, americanas, asiáticas, etc., ya existían en la tierra antes de que Dios crease a Adán y Eva.

A pesar del tono herético de la hipótesis preadamítica, las teorías de La Peyrere tuvieron una enorme influencia entre algunos de los más avanzados pensadores de su época y, ya en el siglo (15) dieciocho, ideas muy semejantes fueron repetidas por grandes naturalistas como Félix de Azara (16), o por intelectuales como Voltaire, para quien <<hubiese sido muy triste que, habiendo tantas especies de monos, existiese una sola de hombre>>(17). Este último sabio francés no titubeaba en manifestar una sorpresa enorme, superior, a su juicio, a la del <<primer blanco que vio a un negro>>, ante <<el pensador que sostiene que este negro procede de un par blanco>>(18). Por su parte, Linneo, en la primera edición del “Sistema de la Naturaleza”(19) -donde, de forma pionera, se clasificaba científicamente a la humanidad dentro del orden biológico de los primates- situó al Homo Europaeus albescens al frente de una lista jerárquica, constituida por el H. Americanus rubescens, el H. Asiaticus fuscus y el H. Africanus Níger. En el listado vertical propuesto por Linneo, la última variedad humana quedaba situada en la frontera misma entre el ámbito puro de lo humano (lo europeo) y el de la perfecta animalidad, ya que inmediatamente después del negro aparecían clasificados los monos antropomorfos. En palabras del gran historiador italiano Giulio Barsanti, el hombre negro africano de Linneo <<se esfumaba en el espacio taxonómico del primero de los simios –Simia cauda carens- o sea, el chimpancé>>(20). De esta forma, para la corriente más avanzada de la historia natural dieciochesca, el negro había pasado a ocupar, exactamente, el mismoespacio simbólico que, desde tiempo inmemorial, la mitología y el folklore europeos habían reservado a la figura imaginaria del hombre salvaje.

Por lo demás –como es bien conocido-, a finales del siglo XVIII se vivían momentos de gloria para las ciencias, pues en esas fechas un pequeño grupo de heroicos naturalistas había comenzado a hacer cábalas evolucionistas sobre nuestro origen.

 

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Última Actualização:
06-Jun-2006




 

 

 

 

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