UNA INTERPRETACIÓN DEL POEMA “EL NADADOR”,
DE RAMÓN PALOMARES

DAVID CORTÉS CABÁN

Aunque sabemos que en un libro de poesía cada poema es una pieza clave en el entramado de su estructura, también sabemos que podemos leer un poema como una unidad independiente cuyas características, elementos y recursos expresivos le otorgan vida propia. Estas características y recursos expresivos son los que me propongo examinar a través del lenguaje y la temática que encierra el poema “El nadador” (Palomares, El reino 78-86). Como punto de partida quiero destacar lo que el poeta y crítico Víctor Bravo intuye en la esencia y el pensamiento del poema: “El poema ‘El nadador’ – dice – es la más clara expresión de esa primera celebración: un nadador, por siempre joven, ayudado en su aventura por naves o astros, participa de una eternidad que es también la de su plenitud”. (Bravo, Prólogo X111). Para comprender estas palabras hay primero que tener en cuenta lo que Bravo señala en el Prólogo de esta nueva edición de El reino (Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana, S.A., 2001), al referirse al lenguaje del libro:

En El reino ya se encuentra de manera revelada o secreta toda la intensidad de la poesía de Palomares. El libro, formado por quince poemas, convoca para siempre la naturaleza y sus climas de pájaros y árboles y su asombro de metamorfosis y sus leves estallidos de enigmas; y las aguas como la profundidad del cosmos; y el cosmos como la belleza misma de la lejanía. Poemario que extiende sobre el manto del lenguaje por lo menos tres núcleos de sentido, que ya no abandonarán al poeta en su proceso de escritura: la celebración de una plenitud que es la plenitud misma de la vida; el desamparo de la vida manifestado en abandonos, pérdidas, carencias; y la vida misma como representación y máscara, desplazando sus signos afirmativos tanto desde el goce y el envite de la plenitud como desde el dolor y la herida de la carencia. (Prólogo X11- X111).

De esta primera celebración, de este primer núcleo que menciona el crítico, es que queremos partir para descubrir el simbolismo y la significación del nadador. Ver cómo se proyecta su plenitud en la dimensión del texto. Y entendamos aquí su “plenitud” como una imagen que envuelve la totalidad del cosmos y la belleza del joven en relación a la naturaleza y las fuerzas antagónicas que atentan contra su vida. Queremos, además, mostrar su figura como una metáfora portadora de un sentido ético y “como parte del mundo de la experiencia vivida y de la sensación misma” (Borgenson, 5) de una imagen contra la maldad.

Nos centramos, pues, en la figura del nadador como generadora de la plenitud de la vida, pero la vida sentida no como angustiosa fugacidad sino como un esplendor que contrarresta la existencia del mal. Por eso las imágenes que giran en torno a su figura se prestan para salvaguardar su vida ante las peligrosas circunstancias de su travesía, y a su vez contrastan y resaltan la descripción de su cuerpo en cada una de las estrofas del poema. Desde el título mismo del poema el lector entra en contacto directo con el sujeto poético: un joven nadador cuya hermosa presencia se impone ante la inmensidad de las aguas. En la primera estrofa el poeta lo presenta de la siguiente forma:

Seas bello, joven nadador,

levantado sobre las aguas,

ajustadas tus piernas y cada brazo al muslo.

Bello como el mástil que alcemos al día soñado.

No podemos menos que admirarnos de la descripción física del nadador y la armonía de su cuerpo en la sutil comparación: “Bello como el mástil que alcemos al día soñado”. Una belleza reveladora de una imagen que trasciende “en la medida que participe del ser” (Yepes Boscán, 39). En la segunda estrofa esta comparación se transforma en una imagen cósmica que impregna de luz el paisaje imaginario del poema:

Ni tus cabellos sean irrespetados por el viento

ni tus labios tiemblen.

Más bien parezcas al sol,

divino en su postura, y, desnudo,

seas como rosa amanecida hoy para la aventura mortal.

El símil de la primera estrofa: “bello como un mástil”, y los de la segunda, “parezcas un sol” y “como rosa amanecida”, expanden el concepto de significados que encarna la imagen del nadador. Su figura adquiere otra connotación, es decir, comparte con la luz del sol y el esplendor de una rosa unos atributos que crecen en intensidad a través del texto. Dispuesto ya para la “aventura mortal”, lo vemos frente a la inmensa soledad de las aguas. Sentimos que su “aventura mortal” ¿no refleja acaso nuestra propia aventura? ¿Para qué arriesgarse en las aguas de lo desconocido? ¿Cuáles son las fuerzas que lo asedian? ¿Qué sabe de sí mismo y de la anatomía de su cuerpo el joven nadador? Todas estas interrogantes surgen como cuestionamiento de la lectura y requieren una respuesta que hasta cierto punto nos ayude a obtener una mejor apreciación del poema. Por un lado, sabemos que el poeta se dirige al joven nadador y que sus palabras encierran un mandato; y, por otro, ese mandato envuelve una condición que orienta la vida del joven expuesto siempre a las dolorosas experiencias que entran al ámbito de su cotidianidad. El joven no debe doblegarse a lo que el poeta llama “las furiosas bestias habitantes del corazón”. Es decir, los sentimientos de odio o de crueldad, de arrogancia o de soberbia, de traición o de mentira, y, en fin, todas aquellas cosas que contaminen o dañen su vida. Y, valga subrayar, no es que el hablante lírico exija del joven unas virtudes superiores a sus fuerzas y una conducta ajena a los riesgos y duras experiencias de la vida. Ésta no es la intención del poeta, ni menos coartar la libertad del nadador determinando las circunstancias que moldeen su carácter, sino advertirle que a su paso hallará punzantes y dolorosas situaciones a las que tendrá que enfrentarse. Y que vivir a la luz de unos principios de justicia social implica una conciencia que se eleve por encima de todo prejuicio, falsedad o engaño.

El verbo “seas” (presente del subjuntivo de la segunda persona gramatical) sugiere las claves que configuran la estructura del poema. El énfasis que recae sobre este modo verbal nos propone una situación que aún no se ha gestado definitivamente como una acción real, pero que llegará a concretarse como una realidad en la vida del joven nadador. El mismo sustantivo “nadador” encarna de acuerdo al Diccionario de uso del español (Moliner) la idea de alguien que se mantiene flotando sobre las aguas sin tocar fondo. Y tocar fondo en este sentido sería contaminarse, dejarse arrastrar por las corrientes del mal. De ahí que el modo en que el hablante se dirige al joven nadador puede interpretarse como un deseo de que éste logre su plenitud. Una plenitud que se presenta como una expresión jubilosa de la vida. El poeta le dice: “Seas bello, joven nadador”; y luego: “seas como una rosa”; y una y otra vez a lo largo del poema: “Seas impuesto sobre los voraces / y la gran injuria de la espuma”; “Seas salvado, joven nadador,”; “Seas el limpio, dulce paño de las noches…”; “Seas llevado por los días”. Este recurso anafórico que marca el tono del poema es además un indicador de los rasgos que caracterizan la belleza del joven, y nos recuerda también la plenitud de su vida como un reflejo de su personalidad. La reiteración verbal “seas” enfatiza las condiciones a las que debe ceñirse el joven para salir victorioso en su tránsito por las aguas. Al leer el poema sentimos la vida del nadador como quien se abisma en sí mismo y transita por el ámbito de su interioridad. El nadador viaja a hacia su propio destino. Para él “No bastan los ejercicios de esta adorada ribera”. Es decir, vivir la vida sin encarar las realidades que encuentra a su paso, no tiene sentido. Hay que realizar el viaje hacia la plenitud sin aferrarse a lo pasajero y sin dejarse arrastrar por las bajas pasiones. Al nadador le corresponde ser un modelo representativo de la belleza y la armonía del mundo. Vivir “ajeno a toda perfidia”, desechando de sí “las furiosas bestias del corazón”.

En las imágenes del poema hay que señalar el agua como una imagen representativa de las experiencias de la vida. Se debe ver esta imagen en sentido figurado. En este poema como en la obra total de Ramón Palomares, el poderío de las imágenes y el personalísimo estilo del poeta crean un universo de inusitados sentimientos y sensaciones que calan profundo en la imaginación del lector.

Para el joven nadador: “Ni una rápida estrella / igualaría esa delicadeza: / el arco mágico de tu pecho / que se abalanza al agua desconocida”, dice el hablante poético. Sólo el leve pájaro “en la maravilla del salto” es capaz de igualar la belleza de su cuerpo. Observemos que en la configuración poética del texto intervienen dos fuerzas antagónicas. Por un lado, hay imágenes que reflejan la plenitud y la belleza de los rasgos humanos que caracterizan al nadador y, por otro, las que presentan una concepción negativa del ambiente. Veamos, por ejemplo, cómo se encuentran distribuidas estas imágenes:

Imágenes positivas imágenes negativas

Seas bello terribles hielos

Bello como el mástil injuria de la espuma

Ni tus cabellos sean irrespetados garza helada

Parezcas un sol terribles lobos

El arco mágico de tu pecho la flor astromelia igualmente asesinada

Seas impuesto sobre los voraces sabia de otros odios

Te sea descendida una embarcación de descanso leopardo de muertes

Te sea otorgada una isla un resplandor devora su casa

Seas salvado luz maldita

Baste para él el amor las furiosas bestias habitantes del corazón

Brille siempre el aire sobre él vestido cruel

Una luz sea sobre su cabeza redes

Para el joven nadador los altos árboles traición

En su corazón un ramo el mar, gran atormentador

Una fragante maceta de lirios agua armada

Un apasionado y rebelde astro perfidia

Un reino para ti, joven nadador fuegos del tormento

Seas limpio No comido por el vestido cruel

Arriba del milagro altar No atrapado en redes

Seas elevado por los días la traición y la humillación

Vayas siempre asido al cielo

Digno amparado de la luz / Flor limpia

Las imágenes positivas intensifican la libertad, la belleza, la juventud y el esplendor de la vida. Cada imagen le otorga al nadador un sentido casi sobrenatural. El “cielo” se presenta como una gran imagen cósmica y salvadora: “caiga del cielo un ramo salvador”, dice en este verso, y en otros: “sean entonces los sueños arrancados al cielo”, o “vayas siempre asido al cielo”. También la “luz”, la “flor” y el “altar” son imágenes que transforman su naturaleza humana y hasta le otorgan cierto aire místico a su cuerpo. Por ejemplo: “brille siempre el aire sobre él / y una luz sea sobre su cabeza” o, “seas como una rosa”, o “arriba del milagroso altar”. Todas estas imágenes acentúan su plenitud: “baste para él el amor”, expresa el hablante. De este modo enfatiza una plenitud que se ve amenazada por las sombras que acechan al nadador tratando de degradar su memoria. Por ejemplo, en los siguientes versos: “Y en tiempos ya ajenos a la memoria / un resplandor devora su casa”. La palabra “devorar” da la impresión de una relación nefasta con “luz maldita” y “el vestido cruel”. Lo mismo ocurre con frases como “las redes”, “la traición” y los “cielos voraces”. Son imágenes que proyectan una visión negativa del mundo y buscan reducir la vida del nadador a un espacio de sombras. Pienso que estas imágenes muestran el engaño de quien busca sustituir un sentido ético de la vida por los falsos valores del mundo moderno. Por eso el hablante le advierte al joven nadador: “Aparezcas no comido por el vestido cruel, / no atrapado en redes, la traición / y la humillación de los rangos altos”. La imagen del nadador tiene que contrarrestar todo elemento de maldad y reflejar una actitud digna ante la vida. Va “amparado de la luz” y de una justicia que resplandece como una “flor limpia salida de tu boca”; y la imagen, “flor limpia salida de tu boca” ¿no es acaso una representación simbólica del lenguaje poético?

“El nadador” representa una hermosa imagen del cuerpo humano, una imagen que reivindica la belleza y la plenitud de la vida.

El nadador

Seas bello, joven nadador,

levantado sobre las aguas,

ajustadas tus piernas y cada brazo al muslo.

Bello como el mástil que alcemos al día soñado.

 

Ni tus cabellos sean irrespetados por el viento

ni tus labios tiemblen.

Más bien parezcas al sol,

divino en su postura, y, desnudo,

seas como rosa amanecida hoy para la aventura mortal.

 

Sólo un pájaro distinto

descendiente del más alto ramo del cielo

sea igual a tu cuerpo

en la maravilla del salto.

 

Al desafío de los aires

penetras sus dominios

y en la caída silbas tu cuerpo.

Ni una rápida estrella

igualaría esa delicadeza:

el arco mágico de tu pecho

que se abalanza al agua desconocida.

 

Seas impuesto sobre los voraces

y la gran injuria de la espuma

errante, sabia de otros odios,

no llegue a tu boca

ni entre a tu garganta como el leopardo de muertes.

 

Pase un navío cerca de ti,

bellas sus velas, altos sus mástiles,

con aves en derredor.

Y te sea descendida una embarcación de descanso.

 

Caiga del cielo un ramo salvador

y asido al fulgor de sus hojas

abraces el día siguiente.

O más bien te sea otorgada una isla

toda llena de la flor pasionaria.

 

Seas salvado, joven nadador,

hoy allí, frente a la casa del cielo.

Lejos sólo una llama, débil palma

preciada como salvación.

 

Las aguas caídas en los años pasados

no desconozcan al joven nadador

ni dejen de tejer sus paños en el día triste.

Y traiga el encanto dorados caballos

y el cielo de aquella ciudad

donde el invierno llora.

Baste para él el amor,

igual que antes bastara la margarita

para sus elevados misterios.

Y brille siempre el aire sobre él

y una luz sea sobre su cabeza.

 

Recuérdese para el joven nadador

los altos árboles

en los montes esbeltos y soberbios

a la hora de la muerte y la huida de aves celestes.

 

Quien fuera sueño de los días,

oro a los ríos,

recordador del sol;

bien va sobre las aguas

a terminar su corazón en los temibles hielos,

la garza helada de las alturas.

 

No bastan los ejercicios de esta adorada ribera,

se escuchan por el monte los terribles lobos.

No basta la contemplación:

Perseguidos, como la flor astromelia

igualmente asesinada.

 

Y en tiempos ya ajenos a la memoria

un resplandor devora su casa.

Aparece en su corazón un ramo,

una fragante maceta de lirios,

un apasionado y rebelde astro.

Un ave larga y radiante

pasa sobre los ojos para el efecto de maravillas:

Un reino para ti,

joven, bello nadador,

para holganza de tus miembros.

Y esta extraña mansión alza sus tigres a las estaciones,

a las lenguas del astro.

Sean entonces los sueños arrancados al cielo

por un joven que abre sus brazos al agua desconocida,

ajeno a toda perfidia.

A pesar de la luz maldita,

la perdición de estas hojas que bailan las nubes,

las furiosas bestias habitantes del corazón.

Aparezcas no comido por el vestido cruel,

no atrapado en redes, la traición

y la humillación de los rangos altos.

 

Seas el limpio, dulce paño de las noches,

y aparezcas, joven, bello nadador,

arriba del milagroso altar,

igual que la estela invitadora al bien.

Seas llevado por los días,

el mar, gran atormentador de los navíos solitarios,

el agua armada,

puro de orfandad, sano sobre los peligros.

Vayas siempre asido al cielo

sobre las brisas y altos fuegos de tormento.

Digno amparado de la luz,

joven, bello nadador,

hoy y para siempre colocado más alto que esta flor limpia

salida de tu boca a los terribles,

locos, voraces cielos

a que se enfrenta el corazón.

David Cortés Cabán (Puerto Rico, 1952). Poeta y ensayista. Ha publicado los siguientes libros: Poemas y otros silencios (1981), Una hora antes (1990), El librode los regresos (1999), y Ritual de pájaros (2004). Contacto: dcortescaban@hotmail.com.
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